La ciudadanía digital como impulso para la educación en el siglo XXI

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Hasta el advenimiento de la pandemia por COVID-19, la introducción de recursos digitales y de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC’s) en las aulas fue entendida como una alternativa ante los lineamientos pedagógico-didácticos tradicionales del ámbito educativo; como una propuesta innovadora, cuando sencillamente se trataba de utilizar los recursos propios de nuestra era.

Esta alternativa en principio fue bastante rechazada por las comunidades educativas en algunos lugares del mundo. Por ejemplo, cuando en 2007 el gobierno uruguayo puso en marcha el Plan Ceibal, asociado al programa One Laptop per Child impulsado por Nicholas Negroponte, las familias de muchos educandos entendían que las computadoras entregadas a los alumnos de educación primaria eran un “juguete”. Pero el desarrollo de las tecnologías fue avanzando y su utilización se masificó tan rápidamente que pronto, en torno al globo, toda una generación ya no pudo concebir una vida libre de dispositivos digitales.

La pandemia por COVID-19 conmocionó al ámbito educativo. Según UNICEF, perdimos 1,8 billones de horas de aprendizaje presencial a nivel mundial. Habituados al aula física, asistimos a la enseñanza virtual. No estábamos preparados. Asumimos eso cuando muchos docentes y alumnos nos vimos descargando por primera vez la aplicación Zoom en nuestros dispositivos digitales y comenzamos a ver tutoriales en YouTube para aprender a utilizarlas más o menos correctamente. 

Por si eso fuera poco, de acuerdo a los datos recabados por la UNESCO, la mitad de los alumnos del mundo no tenían una computadora en sus hogares que les permitiera siquiera mantenerse en contacto con sus educadores, evidenciando la brecha digital en cuanto acceso y capacidades de uso de las TIC’s. Muchos docentes se sienten abrumados e incapacitados para enfrentar una situación anómala en su campo de trabajo, porque su formación en lo que hace a las competencias para una educación virtual o híbrida, con algún grado de modalidad e-learning, es precaria.

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Fuente: M24

Considero que la realidad evidenció lo que varios pedagogos y sociólogos venían denunciando desde hacía tiempo: la obsolescencia de la escuela en nuestros días. Coincido con Cristina Corea e Ignacio Lewkowicz al afirmar que las instituciones educativas sufren un desacople respecto a las realidades del mundo social. Cuando ello ocurre, la institución deviene en galpón: un espacio físico por el que pasan los educandos, pero que es incapaz de responder ante los problemas comunitarios.

A mi parecer, la escuela no supo responder ni estar a la altura de las circunstancias que configuró el siglo de las TIC’s, en parte porque sus modos procedimentales y sus fundamentos ya no se corresponden con las características de las sociedades. En el siglo pasado, la formación estaba orientada a educar ciudadanos aptos para el ejercicio de sus derechos y obligaciones en democracia. Sin embargo, cuando la sociedad se fractura y ya no comparte los mismos códigos, valores y prácticas culturales que sostienen con igual fuerza al Estado, la escuela queda a la deriva, porque ya no cumple con objetivos fundacionales.

Hoy, uno de sus tantos objetivos, si bien diferente, es semejante al de antaño: contribuir en la formación de personas aptas para mantener una vida activa en entornos virtuales con garantías de seguridad, reconociendo sus nuevos derechos inherentes a la Era Digital. Cuando la ciberseguridad está en primer tapete de la agenda pública, cuando hablamos continuamente de los riesgos propios del uso de las TIC’s y de las redes, de fake news, stalking y grooming, los sistemas educativos a nivel mundial tienen el deber de ocupar un rol preponderante en la formación de la ciudadanía digital.

En tanto que conjunto de derechos, obligaciones, competencias y formas de interactuar online, la ciudadanía digital supone el uso responsable de las nuevas tecnologías para el desempeño en entornos virtuales. Así, la capacidad crítica ha de ser incentivada para que los usuarios digitales sean capaces de objetar la información que recepcionan, y para que conozcan los riesgos morales, físicos, económicos y emocionales que supone su desenvolvimiento en estos ámbitos, siendo capaces de tomar mejores decisiones a la hora de protegerse a sí mismos y a otros sujetos.

La conmoción de estos dos años de pandemia demostró que no estamos preparados porque no somos capaces de educar a partir de los intereses de nuestros educandos. El uso de las nuevas tecnologías no es una alternativa ni la “educación del futuro”, es la educación del presente y un modo ineluctable de despertar el interés de los alumnos hoy aburridos en la escuela. 

Personalmente creo que para volver a tener prestigio y vigencia, la institución debe adaptarse encontrando nuevos cometidos. Debemos buscar un fundamento que nos obligue a hacer de las tecnologías digitales un elemento estructural y estructurante de nuestras prácticas educativas de una vez por todas, sin perjuicio del cultivo de las relaciones interpersonales presenciales, que nos hace humanos a fin de cuentas.

Compartiendo lo que señala Roxana Morduchowicz, enseñar a leer los medios de comunicación y las tecnologías en la escuela, de manera reflexiva y crítica, es una forma de contribuir a la formación ciudadana y democrática de los educandos. Para que eso sea posible, entiendo necesario que se lleven a cabo políticas públicas a nivel global que tengan a la escuela como centro para la reducción de la desigualdad en el acceso y más aún en el conocimiento acerca de los riesgos y de las potencialidades de la vida digital. 

La construcción de ciudadanía digital es un desafío, pero también un cometido más que puede y debe impulsar a la escuela pública en nuestros días, porque tiene algo para dar y el deber de reconquistar el prestigio perdido.

Portada: Tec de Monterrey

Lucas Rodríguez

Lucas Rodríguez tiene 21 años y es estudiante de formación docente, en la especialidad de Historia, por el Instituto de Profesores "Artigas" (IPA) de Montevideo, Uruguay. Ha ganado premios por su producción ensayística en concursos organizados por la Universidad de Montevideo (UM) y la Organización Argentina de Jóvenes para las Naciones Unidas (OAJNU). Entre 2016 y 2019 formó parte del proyecto colectivo "Orientación Poesía - En el camino de los Perros".

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