Claves para entender la crisis de la democracia y los partidos: el caso argentino

Tiempo de lectura:10 minutos

Aclaración: El presente artículo es en base a un paper presentado en las Jornadas de Ciencia Política de la UBA en el 2020, y realizado en conjunto con Michelle A. Goyhman y Iael Gueler. Mi más sincero agradecimiento a ellas.

Observando diferentes encuestas y estudios, se evidencia una fuerte crítica por parte de la sociedad hacia los partidos políticos e, incluso, al sistema democrático. ¿Cuáles son las causas de la desconfianza hacia los partidos políticos? ¿Qué motivos históricos, económicos y políticos fueron el fundamento de la caída de confianza hacia dichas instituciones? ¿Cómo fue, a modo de ejemplo, tal proceso en el caso del sistema argentino? ¿Qué consecuencias tuvo sobre el sistema de partidos argentino? ¿Qué implicancias tiene en la oferta y la demanda electoral? Estos son algunos de los interrogantes que se intentarán responder en el presente artículo.

La crisis de representación

La crisis de representación política supone un gran riesgo, ya que posibilita la irrupción de regímenes autoritarios u híbridos, en detrimento de la democracia. Por ende, realizar un análisis politológico es menester para poder entender las problemáticas que atraviesa la democracia y cómo resolverlas. 

Sostenemos —e incluso en gran parte de la academia se afirma— que los partidos políticos de gran parte del globo están teniendo grandes dificultades para representar a los sustratos a los que en teoría encarnan. Si se entiende la representación como piedra angular del sistema democrático moderno, entonces su declive implica un serio peligro para el sistema que más ha garantizado tanto la protección de los derechos humanos como la posibilidad del desarrollo económico y social de los pueblos.  

La representación es el pathos de la democracia actual. Es la manera en que la democracia se justifica a sí misma, y se la entiende por ende en sí y para sí en su carácter de volonté générale. Hubo un arduo debate de si podía existir la democracia en su carácter de representatividad, y así lo plantea claramente Rousseau en sus libros.

Finalmente, en la modernidad, los Estados Nación adoptaron la democracia en su forma representativa como la mejor posibilidad existente; su veracidad solo se encadena a la posibilidad de su representación. La democracia moderna sin representación real, no es más que una democracia sin alma, siendo el terreno perfecto para la aparición de los tiranos y los dictadores. Una democracia, si no representa, pierde su razón de ser y no hay motivo para sostenerla. Deriva entonces en la idea de que deberían gobernar los más fuertes o los más aptos, augurando el surgimiento de las dictaduras y tecnocracias. 

El caso argentino

El retorno y auge de la democracia

El caso Argentino  sirve para dar un puntapié a esa discusión, pues puede ser interesante para repensar los problemas de los partidos políticos en la actualidad, sobre todo en clave latinoamericana, teniendo en cuenta la particularidad de ser países periféricos y subdesarrollados con un pasado colonial y cultural en común. 

A partir del análisis histórico se observa como, con el retorno de la democracia en 1983, hubo un auge en la confianza hacia los partidos políticos y el sistema de representatividad. Tal afirmación se respalda en el gran número de afiliaciones partidarias del periodo. Mustapic afirma que en 1983 se registraron 2.966.472 nuevas afiliaciones, de las cuales 1.489.565 corresponden al Partido Justicialista (PJ), 617.251 a la Unión Cívica Radical (UCR), y el resto a otros partidos. Fue tal el proceso afiliatorio que el PJ fue considerado por algunos analistas como el partido más grande de occidente.

Aquí se torna indispensable definir y diferenciar los conceptos de miembros «adherentes» y «simpatizantes». De acuerdo con Torre, un renombrado sociólogo argentino, un miembro adherente de un partido es aquel cuya relación de pertenencia se basa en una prolongada identificación y una trama de solidaridades.

Por otro lado, los simpatizantes no se vinculan por una identidad determinada, sino en función de la proximidad de sus preferencias políticas con las propuestas del partido; y mantienen un vínculo más flexible y no determinado, ya que no asocian de manera directa y estable sus preferencias políticas definidas con ninguna fuerza política. En los comicios eligen las propuestas que prometen la defensa de sus valores e intereses, y su respaldo tiene un alcance específico, en función de resultados. Así, cuando sus expectativas no son satisfechas, depositan su voto en otra oferta electoral.

En base a un análisis electoral de la República Argentina, en la década 1983-1993 hubo dos fuerzas que, a nivel de adherentes, concentraban un 70% del padrón total.  De esta manera, quedaba únicamente un 30% de electores en la definición de simpatizantes. Tal situación sustentaba un sistema político estable con fuertes relaciones en la sociedad civil, es decir, había un sistema bipartidista, donde dos partidos de masas alternaban en el poder, generando previsibilidad y una puja en torno al centro del escenario político.

Crisis de representación y cambios a partir de los 90’

Sin embargo, con la llegada del nuevo siglo, las cosas comenzaron a cambiar paulatinamente. El Gráfico N°1 expone los vaivenes que sufrió la confianza en los partidos y la democracia conforme al paso del tiempo. Desde 1995, tuvieron una caída continua hasta el año 2002, junto con el proceso que Romero define como “la gran transformación” y la crisis del 2001. Luego presentó un ciclo ascendente hasta 2015 para recaer nuevamente desde entonces. 

Apoyo a la democracia y los partidos políticos en Argentina

Gráfico N°1. Fuente: Latinobarómetro 

Entonces, habrá que develar la correlación y el proceso entre la confianza hacia los partidos políticos y la oferta electoral, pues el escenario de desconfianza del 2001 condujo a la implosión del sistema de partidos y la posibilidad de aparición de otras fuerzas. Ciertamente, en aquellos años, se produjo un desajuste entre la demanda ciudadana y lo que los partidos podían ofrecer, alterando el vínculo representante-representado y creando una nueva oferta en el mercado electoral. 

Como se ha mencionado, durante 1989-1995 existió un sistema bipartidista, representado por el PJ y la UCR. En contraste, actualmente Argentina cuenta con un sistema de pluralismo moderado, marcado por la presencia de grandes coaliciones electorales como el FREPASO, Cambiemos, el Frente de Todos, pero también por el auge de nuevos partidos como Propuesta Republicana (PRO), Coalición Cívica (CC-ARI), Generación para un Encuentro Nacional (GEN), y de partidos provinciales como el Movimiento Popular Neuquino (MPN), entre otros.

Abal Medina plantea que el proceso de transformación que sufrió la Argentina en los noventa, de la mano de las reformas del aparato estatal pro-mercado y los efectos de la globalización, explican parcialmente la crisis de representación. En efecto, el nuevo rol de los medios de comunicación —que trasladaron la política del ámbito público al ámbito privado— y la gran serie de reformas en el aparato del Estado y sus consecuencias socioeconómicas, fueron algunas de las causas que desencadenaron en el derrumbe del sistema político argentino y la constitución de otro distinto.

No se puede comprender el auge de terceras fuerzas, ni el auge que tuvieron los partidos provinciales, sin examinar la mutación del lazo entre representantes y representados. Tal transformación no solo posibilitó, sino que alentó su aparición, pues en un escenario de debacle económica, la pérdida de legitimidad de los actores tradicionales facilitó la emergencia de otros nuevos.

Medina afirma que en el modelo de partido de masas —predominante hasta mediados de los ‘80—, las sociedades generan subculturas políticas (identidades colectivas fuertes, sólidas, y cohesionadas), y los partidos se presentan como la expresión de grupos sociales prepolíticos. La representación es el reflejo de la estructura social cuando las elecciones son la expresión de una escisión entre fuerzas sociales en conflicto entre sí. Por ende, entre el juego social y el juego político, se presenta una relación de homología estructural.

A partir de los ‘80, la transformación del Estado, a través de procesos de desregulación, privatización y descentralización, provocó que los gobiernos ya no pudieran garantizar políticas públicas, haciendo que los partidos pierdan sus referentes sociales. Asimismo, es fundamental tener en cuenta los efectos de la globalización, en la cual los grandes procesos económicos y culturales dejan de ser controlados por los Estados nacionales. Dicha incapacidad del Estado significó la pérdida de la “relación homóloga”. Así, estas transformaciones provocaron el deterioro de la centralidad política.

Si esto explica las dificultades que enfrentan los partidos para “hacer política”, la base de la crisis de representación se encuentra en otro lugar, mas no tanto en los partidos en sí mismos. Es, como bien dice Abal medina, el sustrato social el que se ha transformado: ante la creciente diferenciación social, las sociedades son más individualizadas y heterogéneas, mientras que las identidades se tornan flexibles, variables y no orgánicas.

El correlato político de estos cambios es un voto con menos determinaciones estructurales, más dependiente de la coyuntura y de la imagen personal de los candidatos alrededor de la cual se estructura la campaña electoral. Finalmente, la mutación del vínculo electorado-representantes estalla en 2001, siendo el fruto de un proceso que había comenzado veinte años atrás.

El escenario actual: consecuencias

Todo lo anteriormente mencionado expone el evidente abandono de las conexiones identitarias con los partidos políticos por parte de la ciudadanía. Nos encontramos a la luz de un cambio en la estructura del sistema partidario, la creación y rutinización de las coaliciones electorales, el derrumbe de fuerzas políticas tradicionales, y el auge de terceras fuerzas nacionales y partidos provinciales.

Los partidos políticos asumieron un rol de conectores entre la ciudadanía independiente y el team leader. Este fenómeno funcionó como el antídoto a la crisis: el quiebre de la relación de homología estructural, transformando la tradicional democracia de masas en una de audiencias. Esto se tradujo en  una presencia cada vez menor de votantes adherentes ante un aumento notable del porcentaje de simpatizantes. 

La deslegitimación generalizada de la clase política debido a la crisis de representación en el 2001 generó una renovación política, en la cual la competencia electoral pasó a organizarse en torno a la selección de gobierno y no a instancias de representación, como bien dice Scherlis. Fruto de esta crisis es que nace el PRO como el primer “partido moderno” argentino, lo que le lleva a tener una diferencia cualitativa con las demás fuerzas tradicionales.

Los partidos modernos se caracterizan por mantener un discurso modernizador y aparentemente desideologizado, proveyendo un horizonte político a amplios sectores sociales y sirviéndose como el dispositivo del que se valen los líderes para competir. Así, el PRO operaba como  la conexión entre la ciudadanía independiente con vínculos circunstanciales y el líder de opinión, el cual sostenía su liderazgo bajo la imagen pública construida por los medios de comunicación.

Mauricio Macri se consolidó como líder dentro del partido, con una forma de carisma alejada de los valores progresistas de la militancia y de la entrega de sí del dirigente político. Macri se presentó como team leader, a saber, quien escucha a todos, reparte las tareas eficientemente y en sus decisiones busca siempre garantizar el éxito antes que la defensa de ideologías bien articuladas.

El PRO se erigió como una fuerza política que respondía a las nuevas circunstancias del mercado electoral: una oferta electoral conforme a los nuevos modos en que el electorado se expresaba, sobre todo, el electorado volátil. Las estrategias de focus group, la figura del team leader y otras tácticas comunicacionales y de márketing político, lo insertaron en agenda con herramientas novedosas para un nuevo terreno, el cual los viejos partidos no estaban acostumbrados y carecían de los instrumentos correctos para interpelar a dicho electorado.

Reflexiones finales

Todo este desarrollo debe pensarse no sólo en términos locales, sino también en clave latinoamericana. En una región dependiente, víctima de los procesos globales como la globalización y la transnacionalización de la producción, ha sido muy difícil para las élites políticas dar respuesta certeras a las problemáticas estructurales de sus países. Más aún cuando históricamente la región ha estado signada por el pretorianismo, presencias militares desestabilizadoras, actores civiles por fuera del régimen democratico, y por la dialéctica amigo-enemigo que imposibilita una serie de acuerdos básicos para el desarrollo de cualquier país. 

El cambio en la oferta política (y, por ende, previamente la mutación del lazo entre representantes y representados) se puede observar no solo en la Argentina, sino en Uruguay, Venezuela, Colombia, Nicaragua, Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Brasil, y demás países de casi toda la región. Se ve en cada uno de estos cómo la demanda electoral de la ciudadanía no pudo ser satisfecha por los clásicos partidos —al haber perdido sus herramientas y posibilidades de respuesta desde el Estado—, y, por tanto, optan por nuevas alternativas fuera del clásico sistema bipartidista, sea más por izquierda (el PSUV venezolano, por ejemplo), o por derecha (como el PSL de Jair Bolsonaro).

Incluso, yendo más allá, se puede pensar en el auge de las ultraderechas europeas y estadounidenses como producto de este proceso donde la política dejó de tener el control sobre la economía, y la primera quedó subyugada a la segunda. Pendiente quedará ver si esto se puede extrapolar a los demás casos latinoamericanos y mundiales.

Claro está  que si se quiere repensar las causas del descreimiento  de la democracia y de los partidos políticos no solo se trata de lo enumerado más arriba; hacerlo simplificaría un fenómeno multicausal que es urgente de pensar y cuyas consecuencias pueden ser temibles. También, sería limpiar la responsabilidad que tienen los diferentes políticos, partidos y grupos sobre la profundización de los problemas estructurales de las sociedades en general, y de la latinoamericana en particular, como la pobreza, el hambre, la desigualdad y la discriminación.

Los ciclos de crecimiento han sido tan cortos como limitados: no han respondido a las problemáticas que sufren los ciudadanos y, más que soluciones, han traído contrariedades. El rezo laico del ex Presidente argentino Raúl Alfonsín de “con la democracia se come, se educa y se cura” ha quedado profano. Depende de los actores políticos no sólo locales, sino regionales y mundiales, poder revalorizar dichas palabras y lograr que la política cumpla su razón de ser: resolver los problemas de la gente, para que cada uno pueda desarrollar su proyecto de vida.

Lucas Caraffa

Lucas Caraffa Taboada tiene 22 años, es estudiante avanzado de la Licenciatura de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires, Argentina. Actualmente se especializa en la rama de administración y políticas públicas.

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Lucia
Lucia
24/02/2023 8:24 pm

Que buen articulo, felicidades!