Rusia y su política exterior en la zona post-soviética
Lo que hoy conocemos como la Federación de Rusia es un Estado que, a nivel internacional, siempre ha jugado roles importantes en el sistema; mutando en su régimen político a través de los años, pero manteniendo de forma constante su relevancia global. Tras la disolución de la Unión Soviética, para poder conservar cierto status de poderío e influencia en el sistema internacional, Rusia buscó delimitar de forma clara su perímetro de poder, utilizando diversos mecanismos.
Para poder interpretar y discernir la política exterior de un Estado es necesario conocer su identidad nacional. Un país diseña sus objetivos y su marco de acción en base a coyunturas históricas, a su marco institucional, a su autopercepción y a cómo son percibidos por los demás actores. Todos esos elementos, entre otros, forman parte de lo que Renouvin y Duroselle denominan “fuerzas profundas”, fuerzas que son constitutivas de la formación identitaria de una nación.
Retomando a Graciela Zubelzú, en Rusia podemos encontrar excepcionalismo y mesianismo, externalismo, la extensión territorial, y la concentración de la autoridad política (el peso del Estado) como fuerzas profundas.
En el caso del excepcionalismo, es una idea que siempre ha tenido peso en la identidad nacional rusa a través de los diferentes procesos por los que ha pasado el Estado. Corresponde a la concepción de superioridad, de autopercibirse como una nación con rasgos particulares y extraordinarios. Sin embargo, el mesianismo está más asociado a la religión, al planteamiento de ser un pueblo con una misión evangelizadora especial.
Cuando se habla de externalismo se está haciendo referencia a la constante construcción de un “otro” a quien culpar ante cualquier problema que se dé en Rusia, a la búsqueda de un actor externo para responsabilizar por las fallas que pueda tener dicho Estado.
La extensión territorial es fundamental para entender la legitimidad que otorga el pueblo ruso a una autoridad concentrada y fuerte. Frente a un territorio tan extenso, el control por parte del Estado se vuelve difícil, explicando el reconocimiento de los liderazgos e instituciones sólidas.
Siguiendo la misma línea, se explica el último factor, la concentración de la autoridad política y el peso del Estado. Esto se da por las razones descritas anteriormente y por la necesidad de fortalecer el patriotismo, el sentido de pertenencia, y la diferenciación tajante al sistema liberal de Occidente.
Todos estos elementos confluyen a la hora de que Moscú desarrolle su política exterior, particularmente frente a su zona tradicional de influencia. Es en el área post-soviética donde desplegó, desde la disolución de la URSS, todas sus estrategias para mantenerla bajo su órbita y establecer límites claros que los países occidentales no pudieran cruzar.
Lo primero que se debe comprender acerca de la relevancia que tiene esta zona en la configuración de la política exterior rusa es que los límites territoriales post caída de la URSS son vistos por los rusos como territorios difusos donde continúan viviendo ciudadanos con la misma identidad rusa, con la misma cultura, el mismo idioma y la misma etnia, a quienes la Nación tiene el deber de proteger. Aquí ya se puede observar cómo la identidad juega un rol fundamental: una identidad común subyace en la mayoría de sus habitantes producto de una serie de representaciones que históricamente fueron alimentadas por sus autoridades, tanto para cohesionar la población como para facilitar los sucesivos movimientos expansionistas.
Rusia busca proteger estas zonas por diferentes motivos, todos construidos sobre la base de su identidad a la defensa del mundo eslavo y ortodoxo, así como también para la promoción y protección de un elemento fundamental: la lengua rusa. Para ello, combina estrategias de Hard Power, como presencia militar, con herramientas de Soft Power, como su influencia económica/política.
Dentro de la política exterior de Vladimir Putin, que desde un comienzo tuvo como objetivo primordial el reposicionamiento de Rusia en el escenario internacional y la defensa de sus intereses en el extranjero, el espacio post soviético tuvo un papel preponderante. Logró establecer a Rusia como líder indiscutido de la CEI (Comunidad de Estados Independientes) y amplió los acuerdos económicos con todos ellos, comenzando luego con fuertes ofensivas como respuesta a las revoluciones de colores que se habían dado en la primera década del siglo XXI.
Debido a su ubicación geoestratégica, la salida a diferentes mares, su inmensidad de recursos, y su conectividad, estos territorios son de suma importancia para el Kremlin, además de ser muy codiciados por las potencias occidentales. Esto ha constituido una alarma constante para Moscú en la última década, que pretende delimitar esta zona y evitar cualquier alcance norteamericano o europeo. El hecho de sentirse amenazada por Occidente, a través del intento de ampliación de sus instituciones como la OTAN y la UE, fue moldeando su política exterior frente a estos Estados.
Dentro de los conflictos que se han suscitado, el más relevante es el enfrentamiento con Ucrania, un país fundamental para mantener los intereses rusos en la zona del Cáucaso y la defensa de sus propias fronteras. La población ucraniana del sur y del este del país no sólo comparte rasgos étnicos en común, sino que además se reconocen abiertamente como pro rusos; mientras que los ucranianos del norte son fuertemente nacionalistas y pro occidentales. Putin utiliza la estrategia de defensa de los habitantes del espacio post soviético que comparten aspectos étnico-culturales para planificar su accionar, ya que esto es legitimado por gran parte de la población rusa.
Como ya se ha observado, llegar a un conflicto armado no es un límite para la estrategia ofensiva rusa, ni tampoco constituye una reacción que se encuentre únicamente en el plano de las amenazas. Cuando Occidente pretendió ampliar su influencia a través de sus instituciones y sobrepasó los límites rusos en Ucrania, encontrando allí un terreno propicio para lograrlo dado que su líder que representa a un sector pro occidental, la guerra se transformó en un hecho.
¿Podrá Rusia seguir manteniendo y consolidando su poderío en estos territorios?
Dentro de esta región en general y de los países que la conforman en particular, para defender su posicionamiento Rusia tiene un arma fundamental: la dependencia económica y energética de estos territorios respecto a Moscú, así como su poderío militar, que en muchos casos está disperso incluso hacia adentro de sus fronteras.
Teniendo esto en cuenta, se puede analizar cómo se han recrudecido algunos conflictos en la región, implicando una estrategia ofensiva mucho más dura por parte de Putin, pero llevándose a cabo en combinación con elementos tradicionales: la defensa de las minorías rusas, la dependencia económica, y la cuestión energética.
Sin embargo, resta por ver cuán legitimada se encuentra esta relación con Moscú dentro de las ex repúblicas soviéticas, ya que en los últimos años fue puesta en duda por parte de su ciudadanía. Esto se pudo manifestar de diversas formas, desde fuertes protestas en diferentes países, hasta llegar al extremo del caso Ucraniano. ¿Será Ucrania una excepción luego del conflicto desatado?
A su vez, cabe preguntarse hasta dónde está dispuesto a llegar Occidente, principalmente la Unión Europea, tras entender que una guerra no quedaría atada solamente al plano de las amenazas. Las consecuencias de índole económicas pueden ser fuertes, y debe tener en cuenta que su principal aliado y representante de los estándares occidentales, Estados Unidos, ya no tiene su foco en Rusia, sino más bien en China y el Sudeste Asiático.
Mientras tanto, la política exterior rusa establece como prioridad los límites a trazar en su zona de influencia y pretende defender, ante todo, su lugar en el tablero mundial.