Día de la Diversidad Cultural: la colonialidad como continuidad histórica

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Desde hace aproximadamente una década varios países latinoamericanos están adoptando denominaciones alternativas para designar al 12 de octubre, otrora conocido como Día de la Raza: Día del Respeto a Diversidad Cultural (Argentina), Día de la Descolonización (Bolivia), Día de los Pueblos Originarios y del Diálogo Intercultural (Perú), entre otros. Sustituir la conmemoración del “descubrimiento” por el recuerdo de las culturas originarias es una primera respuesta necesaria ante los embates colonialistas del pensamiento, que continúan latentes aguardando al momento de hacerse explícitos, y que actúan estructuralmente día a día en nuestras sociedades cosmopolitas, marcando cruentas diferencias étnicas y de clase.

Este 12 de octubre tiene algo especial, pues en las últimas semanas el papel de la cultura hispánica para los pueblos latinoamericanos ha sido motivo de polémicas. El 27 de septiembre pasado, con motivo del bicentenario de la independencia de México, el Papa Francisco llamó a releer el pasado y a sanar las heridas, reconociendo errores de la Iglesia Católica durante el proceso de colonización de América. 

Horas después, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, cuestionó las palabras del sumo pontífice argumentando que el catolicismo llevó la civilización a América. Además, acusó a los movimientos indigenistas de ser una “corriente comunista” que ataca a España sistemáticamente. Pasados tres días de la celebración mexicana, el ex presidente del gobierno español, José María Aznar, se burló de Andrés Manuel López Obrador, quien señaló que España debe pedir perdón por la conquista.

Al pueblo español, cuyos intelectuales se encuentran revisando críticamente los discursos nacionalistas acerca de la conquista, no se le puede endilgar las afirmaciones de Díaz Ayuso y de Aznar. Ellos hablan por sí mismos. Lo que sí creo que vale la pena es reflexionar hasta qué punto los discursos colonialistas siguen vigentes después de la masacre y de los crueles procesos de aculturación y deculturación sufridos por los pueblos originarios de este continente. 

Desde finales de la década de 1980, en América Latina se ha desarrollado una corriente epistémica que invita a pensar las continuidades del dominio colonial aún en nuestros días, particularmente a nivel del pensamiento y del conocimiento. Coincidiendo con uno de los sus principales exponentes, Aníbal Quijano, entiendo que, aunque la dominación política ha quedado atrás, esta fue sucedida por la dominación económica, cultural y social, que ha pautado las desigualdades sociales y étnicas estructurales de los países latinoamericanos ―así como nuestros imaginarios y sensibilidades ya desde los intentos de construcción de los Estados nacionales― como herencia de la conquista y de la colonización.

El historiador y estadista italiano Benedetto Croce decía que toda historia es historia presente. Estoy de acuerdo; si estudiamos el pasado es porque hallamos en él algo que nos afecta en nuestros días. A mi entender, las expresiones de Díaz Ayuso y de Aznar dan pauta de cómo las lógicas coloniales siguen presentes en nuestros discursos. 

Y nos incluyo porque no es una cuestión meramente de españoles, por el contrario. La idea que asimila la civilización con lo europeo y lo americano con la barbarie, el atraso y/o el primitivismo, fue un componente fundamental de los relatos acerca del pasado que construyeron, entre finales del siglo XIX y principios del XX, las nacionalidades latinoamericanas. Entonces, varios de sus latiguillos discursivos aparecen cuando hablamos y más todavía cuando pensamos. Y es que me estoy refiriendo a una serie de representaciones mentales que condicionan nuestras subjetividades. 

En tal sentido, tomo como ejemplo la opinión de Mario Vargas Llosa, quien entiende  que la lengua española llevó a Hispanoamérica hacia una alta cultura, universal e hija de tradiciones grecolatinas. Incluso considera que dicha lengua, a diferencia de las miles de lenguas y dialectos de los pueblos originarios, ha permitido la unidad del continente y su progreso cultural.

A su vez, con tal de polemizar, puedo señalar que la dicotomía que muchos en latinoamérica suelen trazar entre ellos y nosotros, en algunos casos, dependiendo de quien la diga —creo que hay quienes, siendo parte de las culturas originarias, tienen el pleno derecho de usarla—, también puede constituir una forma de colonialismo por apropiación. Hay quienes, rigiendo sus vidas por una ética, una lengua, una episteme y una teoría del Derecho eurocéntricas, prácticamente intentan tomar para sí el liderazgo de la lucha reivindicativa de culturas que están vivas y que velan permanentemente por su cosmovisión auténtica. 

Creo que muchos latinoamericanos debemos acompañar a quienes claman por memoria y exigen la revisión del pasado. Incluso solicitar que esto se cumpla con igual fuerza. Pero en ningún caso habemos de usurpar elementos culturales de origen precolombino sin cuanto menos poner en crisis nuestras lógicas y discursos eurocéntricos y etnocéntricos que, tarde o temprano, asoman la cabeza cuando hablamos y cuando pensamos, muchas veces a modo de prejuicios inconscientes y por ende no intencionados. 

De otra forma corremos el riesgo de incurrir en prácticas semejantes a la de los artistas cubistas, como Picasso y Braque. Si bien tomaron para sí —tal vez con muy buenas intenciones— elementos estéticos de las culturas africanas, los incorporaron a una vanguardia con preceptos netamente europeos, constituyendo una expresión colonialista. 

La sola idea de América tiene, desde el simple origen de su denominación, un componente colonialista que los latinoamericanos debemos desplazar para resignificar nuestro espacio territorial. Corresponde aquí recordar los aportes del peruano Raúl Haya de la Torre, que en la década de 1920 instaba a rebautizar a lo que conocemos como América Latina —expresión imperialista surgida en la Francia de Napoleón III, luego resignificada en tiempos de la Revolución Cubana— bajo el nombre de Indoamérica.

Con todo, entiendo que a los historiadores de hoy les corresponde continuar haciendo un análisis crítico de los modos y consecuencias de la conquista, produciendo nuevos relatos acerca del pasado despojados de prejuicios de raíz eurocéntrica. Y esta vez, en otro 12 de octubre, a la luz de los dichos de Díaz Ayuso y de Aznar, su labor se manifiesta indispensable. 

Los latinoamericanos no somos hijos de la conquista, aunque esta nos ha condicionado, sino de la diversidad cultural y étnica que, vindicada por pensadores de la talla de José Vasconcelos, nos distingue ante el mundo.

Portada: Diego Rivera. La vida en los tiempos aztecas, o El mercado de Tlatelolco. Mural. 1929-1935. Fuente: Pinterest

Lucas Rodríguez

Lucas Rodríguez tiene 21 años y es estudiante de formación docente, en la especialidad de Historia, por el Instituto de Profesores "Artigas" (IPA) de Montevideo, Uruguay. Ha ganado premios por su producción ensayística en concursos organizados por la Universidad de Montevideo (UM) y la Organización Argentina de Jóvenes para las Naciones Unidas (OAJNU). Entre 2016 y 2019 formó parte del proyecto colectivo "Orientación Poesía - En el camino de los Perros".

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