El poder es un juego de suma cero, inexorablemente uno debe perder para que otro gane. Dicha premisa se cierne sobre los líderes políticos del actual establishment, quiénes luchan por posicionarse en la pole en la lucha por la hegemonía política, ante un inminente cambio tectónico que alterará sin lugar a dudas el anterior orden mundial. El COVID-19 ha acelerado una guerra sin cuartel, en la que los muertos no son causados por balas. Frente a Estados Unidos se coloca de nuevo el socialismo, quien en su versión sinítica parece estar preparado para recoger la batuta norteamericana.
Durante la pandemia los Estados están disputándose su posición mundial en tres principales frentes: diplomático, tecnológico-sanitario y económico. Estos frentes, ya existentes previo a la pandemia, han registrado un cambio en la tendencia política de los distintos países. En el caso estadounidense, propenso históricamente a la injerencia en el extranjero, su papel ha sido tímido y retraído. La legitimidad de las intervenciones militares norteamericanas en el extranjero ha quedado totalmente socavada. En el pasado se justificaban en base al deber histórico de Estados Unidos de establecer la paz, la justicia y la democracia en el mundo, pero la pandemia ha demostrado un Estados Unidos insolidario, que sólo ha defendido sus intereses particulares de forma poco colaborativa.
Acaparando recursos y boicoteando la adquisición de material sanitario por terceros países, Estados Unidos ha dejado a China al frente de la lucha contra el COVID. El papel de potencia hegemónica y líder del mundo libre que otrora atesoraba Estados Unidos, parece resquebrajarse al mismo ritmo que cierran sus fronteras y repliegan sus gestos de solidaridad . Por el contrario, la imagen del “gigante oriental” se refuerza en el panorama internacional siendo un modelo de cooperación política y sanitaria, reproducido en países dispares como Irán, España, Senegal o Italia.
Queda de manifiesto que, para China, la pandemia ha sido una oportunidad fantástica para desplegar su maquinaria propagandística. Así, de momento, parece estar ganando con eficacia la batalla diplomática ante la inacción del gabinete Trump.
Para entender las dinámicas en la política exterior china haremos un breve repaso histórico por su realidad política. Secretario del Partido Comunista Chino desde 2012, y presidente de la República Popular China desde 2013, Xi Jinping es el hombre sobre el que pivota la Nación asiática. Descendiente de una dinastía vinculada a la cúpula de poder del Partido Comunista Chino, se caracteriza por tener una tenaz ambición y una pragmática visión de la realidad. Ambas cualidades le han empujado a moldear a China como una gigante económico y político que disputa la hegemonía en casi todos los niveles a Estados Unidos.
El predecesor de Xi, el reformista Den Xiaoping convirtió un país aún eminentemente agrícola en una incipiente potencia emergente bajo la política de “un país, bajo dos sistemas”. Esto significó de facto el difícil intento de compatibilizar una política de atracción de inversiones extranjeras y un sistema político interior de índole socialista. A su calor, su sucesor Xi Jinping usó este nuevo “socialismo de rasgos chinos” revirtiendo el efecto: utilizar las ganancias generadas de su política exportadora, para invertir en países, principalmente en vías de desarrollo.
Esta política de inversión extranjera masiva ha sido canalizada a través del proyecto de la Nueva Ruta de la Seda. Puesta en marcha oficialmente desde 2014, y llegando a ser reconocida por la Constitución del Partido Comunista Chino desde 2017, dicho proyecto se convierte en uno de los hitos a conseguir por la nación china, de forma prioritaria. Casualmente puesta en valor como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2014, la Nueva Ruta de la Seda supone la conexión de regiones escasamente bien comunicadas comercialmente, con un pretendido epicentro comercial en China; una versión asiática de “todos los caminos llevan a Roma”. Conectaría aire, mar y tierra, principalmente a países del sudeste asiático, de África oriental, el Magreb, Asia central y Europa.
La forma de levantar tan vasto proyecto reside en la inversión de millardos de yenes para levantar colosales proyectos en estos países, principalmente en infraestructuras de transporte terrestre, marítimo y en industria energética. No obstante, aunque esta lluvia de millones de yenes pareciera un regalo divino para países como Turkmenistán, Bangladesh, Yibuti o Pakistán, la forma de devolver estas cantidades de dinero genera que muchos países observen con recelo estas ayudas e incluso se rehúsen. No deben olvidarse las presiones norteamericanas para que los países no colaboren con el descomunal proyecto chino.
El trile es el siguiente: tras la inmensa inversión que dejan la República China, los países destinatarios generan una deuda colosal con el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (AIIB), el cual mantiene su sede en Pekín, y China se guarda el poder de veto debido al casi 30% de capital directo invertido en dicha plataforma económica. De esta forma, los países destinatarios endeudados indirectamente con China se encuentran sujetos a dos grilletes que negocian políticamente: el interés y los plazos. Estas dos últimas se mueven con la soltura con la que los países endeudados realizan concesiones al gigante asiático: participaciones en infraestructuras portuarias, infraestructuras militares, participaciones en diferentes medios de información, votos a favor en resoluciones internacionales, apoyos para cargos de responsabilidad en los organismos supranacionales, entre otras.
Sin lugar a dudas, pese a esto, los países aún endeudados logran un beneficio ostensible. Dado el abandono que muchos de estos países sufren por parte de las potencias económicas de Occidente, la ayuda económica China se configura como un valor positivo para estos países en vías de desarrollo. Hay que recalcar que los países beneficiados por el fondo económico de Shangai son estados que tradicionalmente han sido colonias de explotación, dedicadas a una economía extractiva de materias primas (fundamentalmente recursos como el coltán, cobre, energías no renovables, …) y para su expolio, las potencias occidentales han recurrido a la desestabilización continuada de los mismos, incluso instigando golpes de estado.
Centrándonos en el presente, las redes de esta Nueva Ruta de la Seda se extienden hasta Europa. No obstante, los países negocian por separado la implantación y profundidad de participación al proyecto chino, dada la ineficiente y casi ausente política exterior común de la Unión Europea. Por ejemplo, mientras Italia ha entrado de lleno en el proyecto chino, así como Grecia, Portugal o la mayor parte del este europeo; España, Alemania y Francia reniegan de una participación implicada en la misma. Precisamente estos países que rechazan participar en la Nueva Ruta de la Seda, son aquellos que tienen una implicación mayor tanto en la OTAN, como una implicación mayor de Estados Unidos en sus economías.
El alejamiento entre las relaciones de Washington y Europa ha quedado de manifiesto durante la crisis del coronavirus. El presidente norteamericano se manifestaba de la siguiente manera: “No vamos a empezar a enviar demasiado material sanitario hasta que no tengamos un exceso de ciertas cosas. Necesitamos mucho y estamos centrados en eso”. Lejos de ayudar, Estados Unidos pone en riesgo las relaciones bilaterales con la Unión Europea. Entre las prácticas abusivas que está llevando a cabo encontramos desde la compra de material previamente vendido a terceros países, o pagar sobrecostes a las fábricas para hacerse con la producción entera, dejando a países menos pujantes económicamente desabastecidos.
En contraposición con estas prácticas, lejanas de cualquier intención cooperativa esperables de un aliado político-económico, China se está convirtiendo en un aliado estratégico de primer nivel para Europa en su lucha contra el coronavirus. Mientras ningún país quiere vender su material sanitario, China ha puesto en marcha junto con empresas españolas un Corredor Aéreo Sanitario que enlaza ambos países para una mayor celeridad de transporte de mercancías.
No obstante, esta ayuda tendrá su obvia contraprestación. El análisis del caso español nos puede resultar esclarecedor: España se ha comprometido una vez terminada la crisis sanitaria, a mantener las vías de transporte para uso comercial, así como la inversión en infraestructuras, sobre todo marítimas. A este compromiso adquirido por el gobierno de España, hay que sumarle aquellos que están contrayendo las comunidades autónomas que actúan en el mercado sanitario de forma paralela.
Podemos comprobar con detenimiento el caso de la Comunidad Valenciana: mediante su Operación Ruta de la Seda está adquiriendo una ingente cantidad de material sanitario, gracias a la vinculación económica que están forjando numerosos inversores chinos con el Govern Valenciano. Muchos de éstos, aunque afincados en Valencia desde hace décadas, se dedican al comercio de importación y exportación de mercancías con su país de origen. Entre estos empresarios de origen chino podemos destacar a Chen Wu Keping, Zhong Zou o la Asociación de Empresarios Chinos. Todo apunta a que la donación exorbitante en dicha comunidad mantiene una estrecha relación con la política china de invertir en enlaces portuarios en ciudades europeas, como fue el caso en 2017 del Puerto Marítimo de Valencia, comprada por 200 millones de euros por la empresa china Cosco.
En cualquier caso, interesada o no, la diferencia con el trato recibido por parte de Estados Unidos es nítida. “Estamos preparados. Si España nos solicita su apoyo estamos dispuestos a enviar un equipo de expertos chinos a ayudar a este país en su lucha” fueron las declaraciones de Yao Fei, embajador chino en España, de las cuales se puede apreciar rápidamente la contraposición de ambas posturas.
En consecuencia, parece que el compromiso de España de no participar en la Nueva Ruta de la Seda podría verse profundamente afectado; más aún tras la negativa de numerosos países europeos a colaborar solidariamente en la lucha contra el coronavirus. El debilitamiento de la Unión Europea puede ser mortal si el Brexit desencadena una ola de egoísmo. Aunque incipiente, se ha manifestado en la negativa de los países del norte a cooperar con el sur, donde los estragos del coronavirus se han intensificado. La brecha norte-sur parece quedar patente en Europa.
No obstante el caso español puede aplicarse al resto de relaciones bilaterales mantenidas por China. En Italia no solo se reciben cargamentos colosales de material sanitario, también está acogiendo médicos voluntarios chinos, expertos en gestión epidemiológica. Éstos son recibidos al llegar a Italia por los ciudadanos con el himno chino, en agradecimiento por la ayuda prestada.
Sin lugar a dudas, el coronavirus supondrá un punto de inflexión en las relaciones internacionales con China, así como un cambio en su imagen ante el mundo. En suma, el retraimiento de Estados Unidos en la arena internacional, ha mermado la intensidad en su cooperación económica y militar con sus socios. Las elecciones presidenciales a las que se enfrenta Donald Trump en otoño, seguramente hayan condicionado su política diplomática. La retirada de costosas tropas destacadas en el extranjero (como las de Alemania o Afganistán) muestran abiertamente el repliegue de Estados Unidos.
Por otro lado, el caos sanitario es palpable: los infectados en EEUU se cuentan por millones y los muertos rozan los 200.000. La gestión interna ha dejado patente la incapacidad de un sistema sanitario totalmente privatizado. Los contrincantes de Trump enarbolan el Obamacare (sistema de ayudas sanitarias para sectores vulnerables), programa abolido por Trump en los primeros compases de su legislatura. La legitimidad de Trump en particular y del sistema neoliberal en general se encuentra en juego, y todo apunta a que sólo apuntalarse los cimientos del antiguo orden mundial si la vacuna llega antes por los intentos de Reino Unido, Alemania o Estados Unidos que por parte de China o Rusia.
El cataclismo sanitario, económico y político que supone la crisis del coronavirus para el sistema mundial ha otorgado una importancia simbólica enorme para el descubrimiento de la vacuna. Si en el segundo compás del siglo pasado, la llegada del hombre a la luna marcó el comienzo de la hegemonía incuestionable de EEUU (y el colapso de la URSS), todo apunta a que esta vez pueda ser la vacuna contra el coronavirus. La carrera tecnológica supondrá una impugnación del sistema político-económico contrario. La batalla simbólica por la hegemonía se evidencia en una minusvaloración de los avances conseguidos por el bando contrario. Los científicos – reconvertidos en políticos en este contexto— repudian en prime-time las patentes en pruebas del bando contrario. Pese a esto, en el subconsciente colectivo la vacuna es una metáfora burda de un juego más profundo: la hegemonía tecnológico-sanitaria, y por ende, del dominio mundial.
Esta disputa no es nueva en Europa. La conflictividad que arrastra la guerra comercial entre EEUU y China ha empujado a los parlamentos europeos a tener que posicionarse respecto a la inclusión de las nuevas tecnologías comunicativas como el 5G, e incluso a legislar en contra de la marca de telefonía china Huawei. Sin embargo, ha sido la propia política mantenida durante décadas de desindustrialización en Europa la causante de cierta nueva dependencia respecto a la producción de china de mercancías sanitarias. En relación a ésta, es posible que los nuevos tratados comerciales surgidos al calor de la pandemia del COVID-19 generen nuevos escenarios de cooperación geoestratégica en materia económica entre Europa y China. En lo cual, se sugiere que el estatus de Huawei, entre otros actores vinculados a la República China pudiera variar en lo sucesivo.
Esta última tendencia podría recrudecerse debido a la insuficiencia de las ayudas europeas destinadas al programa Europe Next Generation. Los países del sur, aunque han vendido los acuerdos como triunfos gubernamentales, son conscientes de que el New Green Deal o el Nuevo Plan Marshall de reconstrucción de la Unión Europea no serán posibles. La obstrucción llevada a cabo por los países del norte, en especial por aquellos destinados a la economía financiera, han generado una insuficiencia económica que seguramente los países afectados por la pandemia deberán paliar con ayuda extranjera.
En particular el caso de Holanda, la cual enfrascada en una política financiera destinada a tener un estatus cercano a paraíso fiscal europeo, mantiene la subyugación económica de los países del sur. Las deudas contraídas por Holanda de estos países conllevan a que para los holandeses sea particularmente positivo mantenerlos en condiciones económicas inestables. Sin embargo, para China, cuya producción excede su capacidad de consumo, una Europa fuerte y con una alta capacidad de absorción de su producción es de vital importancia. La necesidad de recuperar la capacidad de consumo de los principales importadores de sus mercancías puede enfrentarse a los intereses de los ‘halcones’ europeos, en una guerra fratricida que pone en peligro el proyecto europeo. Peligrosamente para los intereses conjuntos de la Unión, China tiene más interés en recuperar la estabilidad de los mercados europeos, que los propios países líderes de la Unión Europea. Para éstos, su liderazgo dentro de la Unión se fundamenta en mantener un sur débil y subdesarrollado. Sin lugar a dudas, el coronavirus supondrá un punto de inflexión en las relaciones internacionales de China, así como un cambio en su imagen ante el mundo.