Encrucijada geopolítica en Europa oriental: ¿cambios en el orden regional?

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El comienzo del siglo XXI ha traído, como su más notable novedad, a una República Popular China preparada para hacer frente a la hegemonía norteamericana en el plano económico. Pero no solamente en este campo, sino que el crecimiento económico también le ha permitido ampliar sus lazos diplomáticos con otras naciones de distintas regiones del globo y aumentar su presupuesto militar a un paso agigantado. Este repentino crecimiento se ha dado independientemente de los deseos de las principales potencias occidentales, quienes han sabido molestar al gigante asiático al imponer un estricto embargo de armas hace casi tres décadas y que perdura hasta la actualidad. Por esto, los destinos de China se han dirigido por caminos similares a los de otra potencia de Asia: la Federación Rusa. Los procesos de integración que han vivido las economías de Europa oriental, Asia central y el Cáucaso se han visto beneficiados por el capital chino, además de su casi infinita mano de obra y su capacidad estratégica. Sin embargo, el crecimiento del país comunista le genera una imperante necesidad geopolítica, la de crear su propia zona de influencia que le sirva de base para proyectarse a escala global.

El gran problema para los intereses estratégicos de China es que la región que ha elegido para conformar esta base geopolítica, actualmente sigue el liderazgo de su vecino y actual socio regional, la Rusia de Vladimir Putin, la misma que no tiene intenciones de quedar relegada a un segundo plano en su zona de influencia histórica. 

Para los fines de este análisis, se estudiará la relación que estas dos potencias emergentes supieron tener en el mundo de la post-Guerra Fría y como actualmente alternan entre la competencia y la cooperación. Así mismo, se analizarán también las interacciones con los demás países de Europa del Este y los proyectos que están siendo planificados en la región.

¿Continúa la rivalidad este-oeste?

La contienda bipolar entre occidente y oriente vivida durante gran parte del siglo pasado, fue un caso único en la historia mundial. Fue la primera vez que países de todos los rincones del mundo se encolumnaron detrás de dos potencias, las cuales se disputaron la hegemonía global. Ambos países representaban a las dos civilizaciones descriptas por Samuel Huntington en su famoso libro “El Choque de Civilizaciones”, característica que nos permite hablar de un enfrentamiento entre Occidente y Oriente. El fin de este conflicto en la década de los 90, pareció indicar el comienzo de un nuevo periodo de integración entre las economías del mundo —en el marco de la novedosa globalización— pero este proceso parece verse truncado por la aparición de nuevos regímenes que intentan crear sus propios regímenes por fuera de las instituciones liberales impulsadas por Estados Unidos y aliados, entre ellos, la Rusia de Putin y la China de Xi Jinping.

Ambos ex integrantes del bloque oriental vieron con buenos ojos, apenas finalizada la Guerra Fría, comerciar con los países que hasta hace unos años eran enemigos. La posibilidad de aumentar sus capacidades económicas con nuevos socios comerciales y el acceso a nuevos mercados era demasiado tentadora como para rechazarla, sin embargo, distintas tensiones con las potencias occidentales impidieron una mayor asociación y condujeron al gradual alejamientos de las partes.

Por el lado de China, los sucesos ocurridos en la Plaza de Tiananmen en 1989 y el ya mencionado embargo de armas consecuente, propició el acercamiento de esta nación al mercado armamentístico ruso y a comerciar con distintos países de Eurasia. Esta cooperación zonal fue alimentándose con el paso del tiempo, creando distintas iniciativas que le permitieron generar un poderoso desarrollo económico sin subyugarse a los intereses norteamericanos o europeos. En el caso de Rusia, al terminar la Guerra Fría este Estado heredero de la Unión Soviética, se contabilizó como uno de los vencedores de la contienda y utilizó esta afirmación para alinearse junto a los Estados Unidos en su camino como nuevo hegemón mundial. No obstante, la potencia occidental jamás percibió a Rusia como un igual, sino que lo utilizó como una herramienta para lograr sus objetivos en el hemisferio occidental. Esto se dio durante el gobierno de Boris Yeltsin —Primer presidente de la Federación Rusa— quien, con su excesiva liberalización económica, dejó su cargo a principios de siglo con una Rusia sumida en una profunda crisis económica, pero con la asunción de Putin, esta poco beneficiosa asociación finalizó y el país euroasiático también emprendió un acercamiento a sus vecinos para facilitar el desarrollo mutuo.

Los innegables lazos histórico-culturales que unen a Rusia con los otros Estados que también integraron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, fueron el motor que guío a esta nación humillada a recuperar su zona de influencia histórica. Al disolverse la URSS, la institución que logró mantener vinculadas a los países surgidos de esta fue la Comunidad de Estados Independientes (CEI), este organismo se ocuparía de regular y fomentar la cooperación entre sus miembros bajo el liderazgo de la Federación Rusa. La adhesión de estos jóvenes países a la entidad planificada y comandada por su poderoso vecino no estaba garantizada por su libre voluntad, sino que se debía a la amenazante capacidad militar de Rusia —Quien había heredado casi la totalidad del poderoso Ejercito Rojo— y la dependencia de estas pequeñas naciones con el mercado ruso. Muchos miembros de la CEI hubiesen preferido que sea la Unión Europea (UE) el aliado estratégico que les permita crecer en sus primeros años de vida, pero no arriesgarían su débil autonomía sin la garantía de que las potencias europeas estuviesen dispuestas a auxiliarlos.

La República Popular China se encontraba vinculada de manera más directa con los países del pacifico y el sudeste asiático, pero tenía fuertes competidores en ambas subregiones con los que no poseía —Ni posee actualmente— una muy buena relación. Por un lado, se encontraba un Japón que, a partir de la Segunda Guerra Mundial, era un poderoso aliado occidental, y las pequeñas islas circundantes, las cuales siguen teniendo litigios territoriales con China. Por el otro lado, la India se alzaba como otra potencia emergente dispuesta a debatirle el liderazgo subregional. Estas cuestiones hicieron que China virara hacia su occidente cercano, encontrando en Rusia y el ex espacio soviético, tierra fértil para cultivar relaciones fuertes y duraderas que le permitieran desarrollar su potencial. Su primer intento de integración con estas naciones fue la creación de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), la cual fue conformada por China, Rusia, Kazajstán, Kirguistán,  Tayikistán y Uzbekistán, esta institución permitía la cooperación en varios campos, pero esencialmente en materia de seguridad para luchar contra el crimen organizado, el terrorismo y el separatismo.

La creación de dos espacios distintos, uno liderado por Rusia y otro por China respectivamente, dieron a entender que su manera de expandir sus economías e influencias políticas iba a ser separado de las instituciones impulsadas por occidente, a pesar de que aún formaban parte de algunas como la ONU. Finalmente llegaría un nuevo espacio institucional integrado por Rusia y China, aún más ambicioso que los anteriores puesto que no solamente reunía a las dos potencias protagonistas de este análisis, sino que también incluía a Brasil, India y Sudáfrica; las otras tres economías emergentes más importantes del mundo, este es el llamado grupo BRICS.

El BRICS nació entre 2006 y 2009 como un primer intento de asociación estratégica entre economías emergentes para propiciar el crecimiento mutuo, pero con el tiempo se fueron construyendo canales de institucionalización cada vez mas fuertes que activaron las alarmas de varias potencias no incluidas en él. Una de las principales características de sus integrantes es que las proyecciones, previstas por el Goldman Sachs Global Economics Group en su documento BRICS and Beyond, indican —o por lo menos indicaban al momento de impulsar esta iniciativa— que este bloque representará casi un tercio de la economía mundial para el año 2035 y la mitad para 2050. Otro detalle particular del grupo son las diferencias entre sus miembros; mientras que Brasil y Rusia son mayormente productores de materias primas, China e India son grandes potencias industriales, otra gran distinción es la de los sistemas políticos que posee cada país ya que Brasil sostiene una democracia republicana y, en el otro extremo, China mantiene el esquema conducido por el Partido Comunista. Estas diferencias son vistas como una posible debilidad para sus detractores, aunque varios analistas lo observan como una ventaja para cualquier candidato que busque ingresar sin la intención de reformar sus instituciones.

Este armado institucional impulsado por Rusia y China es un valor clave para ambas potencias, el cual les permite un gran desarrollo económico, político y militar, sin la intervención de Estados Unidos. Además, les ofrecen a distintos países, que se ven obligados a apoyarse en occidente para crecer, la posibilidad de elegir si mantener esta cooperación con Estados Unidos y aliados o de integrarse a las instituciones lideradas por el eje sino-ruso en caso de que los lazos con los primeros se rompan. Esta estrategia adoptada por Estados que previamente componían al bloque oriental, ha elevado las tensiones con los países occidentales, lo cual se ha visto bien representado en la guerra comercial que actualmente llevan a cabo Estados Unidos y China. No obstante, la participación de países que durante la contienda bipolar adscribían a un bando y actualmente mantienen relaciones diplomáticas con el otro, da entender que las dinámicas actuales no responden a alianzas signadas por la pertenencia a una civilización en particular, sino a intereses políticos que se encuentran en constante cambio. A pesar de que los gobiernos de Putin y Xi establecieron extensas redes de cooperación entre ellos, los intereses individuales de cada una de sus administraciones hacen que esta alianza oscile entre la competencia y la cooperación. Europa oriental ha sido siempre un bastión fundamental para los objetivos de la Federación Rusa, pero las constantes intromisiones chinas en esta región fuerzan una incipiente rivalidad por el liderazgo de la misma.

Europa del este, la última frontera

El concepto de Europa del este o Europa oriental varía de gran manera dependiendo del contexto. Para los fines de este análisis utilizaremos la categorización de las Naciones Unidas que abarca a diez países (Bielorrusia, Bulgaria, Eslovaquia, Hungría, Moldavia, Polonia, República Checa, Rumania, Rusia y Ucrania) e incluiremos a algunas repúblicas de la región de los Balcanes occidentales como Serbia, Bosnia y Herzegovina, Albania, Kosovo, Macedonia del Norte y Montenegro.

Tomada esta categorización, se puede observar que algunos de los países de Europa oriental forman parte de la Unión Europea. Esto se debe a las sucesivas ampliaciones que esta organización supranacional emprendió finalizada la Guerra Fría, y que en todo momento activaron las alarmas de las Federación Rusa, quien veía como los países europeos occidentales amenazaban su seguridad aproximándose a sus fronteras. Siguiendo su instinto de supervivencia, Rusia ha fortalecido su influencia en los países restantes para evitar que se adhieran a la UE.

Como se menciona anteriormente, los lazos que unen a varios países de esta región con Rusia son de carácter histórico cultural, varios se encontraban dentro de la órbita del Imperio Ruso hasta la revolución socialistas, todos pertenecieron al bloque oriental en algún momento del periodo 1945-1991 y en su conjunto poseen casi la totalidad de la población eslava a nivel mundial. Mantener estos vínculos con los países de esta subregión es una clave para no perder preeminencia a nivel regional y global. Luego de la disolución del régimen comunista en Rusia, la creación de la CEI fue el primer paso para no entregar esta red de alianzas, y la presencia de Serbia —uno de sus mayores aliados tras lo sucedido en las guerras yugoslavas donde las potencias occidentales apoyaron a los sectores independentistas— en los Balcanes le permiten mantener su influencia allí. El poderío militar del Estado comandado por Putin y la dependencia energética de varios países de esta zona, sumado al desencanto de algunos países con la Unión Europea, son las razones principales de que distintas naciones de Europa oriental lo elijan como socio estratégico en detrimento de la UE.

El fuerte crecimiento económico de China y su imperativo geopolítico de crear una zona de influencia propia, han hecho que este país también expanda su red de alianzas, al igual que las potencias europeas, pero en este caso hacia el oeste. De esta forma ha establecido o profundizado sus relaciones diplomáticas con países de Europa oriental, surgiendo como un socio estratégico mas fuerte que Rusia y creando su zona influencia alrededor de la de este país. La Federación Rusa apela a los vínculos históricos y culturales para mantenerse como potencia líder en la región, pero su débil economía basada en los hidrocarburos no le permiten generar grandes iniciativas que potencien el desarrollo de los demás países. La República Popular de China no se encuentra históricamente relacionado con Europa del este, pero ha invertido una gran cantidad de capital para mostrarse como un aliado atractivo en dicho territorio.

La Iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda o Belt and Road Initiative (BRI) es el proyecto geopolítico más ambicioso de la actualidad y uno de los mas importantes en la historia mundial. A través de él, China busca trazar una conexión de rutas comerciales y puertos marítimos que integren la economía de diversos países de Asia, Europa, Africa y América, sin la presencia de Estados Unidos y aliados. Rusia es otro país que se vería fuertemente relegado, pero forma parte de la BRI por la necesidad de integrar su economía para fortalecerla. La Nueva Ruta de la Seda exige un gran gasto económico por parte de sus impulsores, pero luego de varios años de crecimiento ininterrumpido, China se encuentra dispuesta a afrontar este desafío. En concordancia con esto, se han planificado compras millonarias de materias primas en países como Bielorrusia, además de una cuantiosa inversión en infraestructura en los Balcanes y una fuerte entrada en el sector energético de Rumania.

Tras años de competencia geopolítica con la Unión Europea, las agresivas posturas del gobierno de Putin hacia los países de Europa oriental, han erosionado las relaciones con estos Estados. Entre otras consecuencias, se puede tomar como ejemplo la adhesión de Estonia, Lituania y Letonia al armado europeo, o las fuerte tensiones con Ucrania. Sin embargo, la presencia china, y su relación con los países de Europa oriental, también ofrece ventajas para la posición rusa. Muchas naciones de esta región, si bien no desean permanecer del lado ruso, se han visto igualmente decepcionadas ante la incapacidad de la Unión Europea para asegurar su desarrollo, debido a la reducción de la integración europea y al incumplimiento de la promesa de ingresar a esta organización. En este contexto, Rusia ve con buenos ojos que estos países permanezcan unidos a su poderoso aliado, aunque esto sea un arma de doble filo por significar una considerable perdida de peso en los asuntos regionales. En resumen, Rusia se ve beneficiada por las ventajas que posee China ya que se encuentran aliadas frente a la hegemonía occidental, sin embargo, el fortalecimiento de su socio estratégico regional también representa la imposibilidad de liderar este eje, transformándose en un “secuaz” de los objetivos de China.

Europa oriental es la última frontera que separa a Eurasia de los miembros de la Unión Europea. A partir de establecer su influencia en esta región, China debe ingresar en territorio de uno de los mayores aliados de los Estados Unidos en la época de la posguerra fría.

Cambio de las dinámicas regionales en tiempo de Coronavirus

La pandemia de Covid-19 que se originó en China a finales de 2019 y se esparció por el resto del mundo a principios de 2020, no solo modificó el paradigma domestico de los países afectados, sino que también esta afectando enormemente al orden internacional. Pero estos efectos en el ámbito internacional no parecen estar cambiando los rumbos del mismo, sino acelerando procesos que ya se habían iniciado con anterioridad.

Comenzando por el país donde surgió el brote de Coronavirus, es evidente que China es visto como el máximo responsable de estos eventos al no poder contener el contagio dentro de sus propias fronteras, no obstante, hoy en día ha sabido transformar ese problema en una oportunidad. Al movilizar recursos para auxiliar a países de todas las regiones del mundo, no solo se posiciona como un actor global en el cual apoyarse para afrontar esta emergencia, sino que también ha mostrado su capacidad para distribuir bienes a escala global. De esta forma, China continúa su ascenso en la escena internacional colocándose como un actor que plantea un serio desafío a la hegemonía norteamericana.

Por el lado de los Estados Unidos, este país no ha sabido responder correctamente ante esta amenaza pandémica, por lo que el declive que muchos analistas observaron durante gran parte del siglo XXI se hace mas evidente. Este país continuara siendo la potencia hegemónica global luego de esta crisis, pero su imagen y la de su gobierno se han visto fuertemente golpeadas.

Otro actor que no ha sido capaz de actuar eficientemente ante el brote de Covid-19 es la Unión Europea, quien no ha sabido auxiliar a los países europeos que se muestran como potenciales candidatos para formar parte de la organización, ni siquiera a los países que ya se encuentran formando parte. Los miembros de la UE que siempre se mostraron escépticos al europeísmo como Polonia y Hungría han reforzado sus prejuicios ante el integracionismo europeo, y países como Serbia, que se encuentran próximos a ingresar a la unión, han mostrado su descontento con esta situación.

Rusia, a diferencia de los demás actores, no parece haber sufrido un marcado cambio de imagen y mantiene cierta estabilidad política, pero los logros de la política exterior de la administración de Xi nos permiten vislumbrar que, tras salir de esta emergencia, lo mas probable es que veamos un nuevo país conduciendo los destinos de Europa oriental. Cuando se retome el 100% de las actividades productivas, la Nueva Ruta de la Seda continuará desarrollándose y trayendo grandes inversiones a distintos puntos de la región, mientras que la Federación Rusa deberá seguir colaborando para no quedar fuera de esta iniciativa.

Está claro que China busca alzarse como competidor global contra el poderío estadounidense. Apoyándose en Rusia, ha conseguido crear su base estratégica en Asia Central, el Cáucaso y ahora parte de Europa oriental y meridional, y los demás países de estos dos últimos territorios comienzan a ver con buenos ojos al gigante oriental. El mundo continúa en constante cambio, y de la mano de Xi Jinping, la República Popular de China va a dar que hablar en las próximas décadas.

Ignacio Fernández

Ignacio Fernández tiene 22 años, es estudiante avanzado de la Licenciatura en Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Lanús, Buenos Aires, Argentina. Actualmente se encuentra en la Mención en Defensa Nacional y Seguridad Internacional. Desde diciembre del año 2019 es miembro del Grupo de Jóvenes Investigadores del Instituto de RRII de la Universidad Nacional de La Plata.

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