En junio de 1999, Rio de Janeiro reunió a los Jefes de Estados, al Gobierno de la Unión Europea (UE) y el Mercosur con el objetivo de afianzar sus relaciones comerciales y alcanzar un área de libre comercio birregional. En junio de 2019, una mañana en Europa y una madrugada en Sudamérica, tras 20 años de negociaciones, por fin se ha logrado un acuerdo en tanto a sus bases técnicas. Pero dos años después poco se sabe dónde estamos parados.
A la hora de buscar un acuerdo comercial, muchas son las etapas formales que se deben atravesar, especialmente cuando de bloques comerciales hablamos. Por un lado, se encuentra el Mercado Común del Sur, una unión aduanera inconclusa que une a Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay con 295 millones de habitantes. Por el otro, la Unión Europea, un bloque comunitario compuesto hoy por 27 países en donde el intercambio no es solo comercial, sino también cultural, social y político, posicionándose, con 446 millones de personas, como el 3er mercado más grande del mundo tras China e India. El acuerdo entre ambos bloques regularía transacciones de comercio bilateral por US$100.000 millones, representando una cuarta parte del PBI mundial.
La Unión Europea tiene un superávit comercial con el Mercosur desde el 2012. Según la Evaluación de Impacto Social, llevada adelante por la London School of Economics (LSE), existe una asimetría en la negociación. Con la puesta en juego del acuerdo, las exportaciones del Mercosur llegarían a duplicarse —especialmente en productos industriales, como electrodomésticos: +110% o automóviles y partes: +95%—, mientras que las exportaciones de la UE sólo alcanzarían un tercio —carne vacuna: +30% o soja: +40%—. De esta manera, la mayoría de los productos ingresarían a los mercados socios totalmente exentos de derechos aduaneros. Además de esto, se le suma la posibilidad de participar en licitaciones públicas y adaptación en la legislación sobre patentes, o normas de protección al consumidor.
En un acuerdo de esta índole, la ratificación debe ser dada por cada uno de los parlamentos tanto europeos como sudamericanos, sin excepción, por lo que es primordial asegurar el consenso no solo entre las partes negociadoras, sino incluso entre los 27 miembros de la Unión Europea y el Parlamento Europeo.
Aunque la negociación parecía finalizada, aún existen varias líneas rojas por atender, especialmente las referidas al medioambiente. Entre los pilares de la refundación de la Unión Europea encontramos el cuidado del medioambiente y el cambio climático; tópicos que hoy frenan la ratificación del acuerdo. El mismo habla de la eliminación de un 90% de los aranceles en distintos productos, tanto manufactureros como industriales, y, como tal, no se puede esperar una reducción en los estándares de calidad medioambientales para los productos sudamericanos y que compitan con productos europeos.
El gobierno de Emmanuel Macron (Francia), como también el de Sebastian Kurz (Austria), entre otros, ponen en duda las garantías “verdes” impuestas en el pacto, ya que Sudamérica no solo no tiene las mismas metas ecológicas, como es la eliminación de CO2, sino que tampoco existen controles ambientales confiables en los productos agrícolas y ganaderos. Es por esto que el acuerdo permanecerá trabado hasta que no exista una revisión principalmente en este punto, que dejaría en desventaja a los productos competitivos del mercado europeo.
Uno de los puntos específicos que se conoció para fines del 2020 es la desconfianza hacia el gobierno de Brasil, encarado por Bolsonaro. La protección de la selva Amazónica no se encuentra asegurada, e incluso el acuerdo agrícola incentivaría su explotación. Desde fines del siglo pasado, la Comisión Europea posee capítulos de sustentabilidad aplicables a las negociaciones comerciales para contemplar no solo factores económicos, sino también sociales y económicos. Los mismos pretenden mantener el compromiso con los principales tratados internacionales climáticos y convenios de la Organización Mundial del Trabajo (OIT).
Recordemos que el mandatario brasileño es un escéptico al cambio climático, tal como varios líderes mundiales identificados con la derecha, y ha sido foco de diversas críticas. Por ejemplo, se le remarca que el avance de la deforestación en la Amazonia ha alcanzado el pico máximo de los últimos 12 años. Sin embargo, pese a las críticas, Bolsonaro se adjudica que Brasil es el país del G20 con la matriz energética más limpia y productor de menos del 3% del dióxido de carbono.
Por otro lado, algunos mandatarios, como Macron, ya hablaron de una especie de “cláusula salvaguarda”, la cual permitiría suspender importaciones hacia Europa si existiera una desestabilización de los precios. El acuerdo de libre comercio pondría casi en igualdad de condiciones un producto ganadero originado en Argentina, con uno de Francia; aunque desde Francia argumentan que la calidad, debido a la faltante de controles ambientales, no es la misma.
Grandes críticas también recibió este término. La oposición argentina en 2019 se fundaba en que la apertura comercial pondría en desigualdad de condiciones no solo comerciales, sino incluso laborales, a los productores nacionales argentinos. Es innegable que la incorporación de tecnología en las distintas etapas de elaboración tienden a reformular determinados puestos de trabajo, pero, según el estudio llevado a cabo por LSE, no se encuentran efectos negativos adversos sobre el mundo laboral. Otros estudios muestran que algunos puestos bien remunerados de trabajos industriales están siendo reemplazados por puestos precarios en la minería y agricultura, especialmente por un aumento en la demanda de ciertos granos, como la soja, y la carne vacuna.
Hasta 2016, la Unión Europea fue el principal socio comercial del Mercosur, hasta su desplazamiento por parte de China. De todas formas, aunque hoy en día el Mercosur es un socio comercial menor para la Unión Europea, existe una potencialidad muy grande para equilibrar su balanza comercial. Las presiones geopolíticas, como la presencia China en América y el proteccionismo estadounidense, que se refleja en un retroceso en la región, obligan a los países europeos a reanudar las negociaciones entre los bloques para no perder preponderancia. Para el Mercosur, el acuerdo significa encontrar un mercado para sus principales productos, como la soja o la carne, junto a la posibilidad de remontar el déficit comercial. Además, hablamos de la eliminación de más del 80% de los impuestos europeos.
Haciendo referencia a lo mencionado previamente, los intereses comerciales no ocupan la totalidad de la agenda europea en este acuerdo, sino más bien la búsqueda de socios en una región occidental, democrática y de libre mercado. Esta unión podría imponer una agenda en favor del ambiente, el cambio climático, la sustentabilidad, como así también la cooperación internacional y el apoyo a las instituciones democráticas liberales. El acuerdo da lugar a la integración de 780 millones de personas en tanto a su aspecto comercial, pero deja la puerta abierta a que el intercambio de productos impacte no solo en cuestiones culturales, sino también políticas.
En un mundo donde la globalización se encuentra en juego, asegurar socios a lo largo y ancho del planeta permite afianzar los ideales políticos existentes, en especial si hablamos de la Unión Europea, bloque que tras el resurgimiento del nacionalismo ha tenido que pensar un plan de refundación para consolidar su deber ser. La cuestión no precisa de mucho más análisis, el retrotraimiento de Estados Unidos y el avance de China en la región dejan una vacante comercial enorme para el Mercosur, grupo que engloba las principales economías y población de Sudamérica.
En los últimos días, y en correlación de este juego geopolítico, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, espera que la presidente de la Comisión Europea emita una propuesta concreta para revivir el pacto y poder cerrar de una vez por todas un consenso ambiental en el comercio y el desarrollo sostenible. La carta enviada por Sánchez espera tener el apoyo de Portugal, país que ocupará en las próximas semanas la presidencia pro témpore de la Comisión Europea.
El vicepresidente de la Comisión Europea responsable del comercio, Dombrovskis, advirtió que es necesario que algunos países de Mercosur aumenten los compromisos climáticos de París, entre otras cosas, haciendo hincapié en que Europa «ha dejado claro que necesita compromisos significativos antes» si se busca la ratificación del acuerdo. El asunto se volvió a tratar de forma oficial en la reunión de ministros de Comercio de la Unión Europea el 20 de mayo, en aras de nuevas propuestas que alcancen un consenso pasible de lograr la ratificación esperada, y cambios en las posiciones sudamericanas respecto a temas claves.
En tanto al Mercosur, es también un desafío para los países miembros poder alcanzar un consenso interno para la firma del acuerdo, entendiendo como primordial la variable ideológica que va a tener el organismo regional, conformado 4 países que suelen distar generalmente de una ideología en común. El acuerdo Mercosur–Unión Europea no es solo un tratado comercial, sino que implica un consenso y adopción de políticas impuestas de la agenda internacional. El Mercosur precisa de este acuerdo comercial y Europa necesita un socio geoestratégico en la región que no solo frene el avance de nuevas potencias, sino también que apoye las políticas de las instituciones liberales de occidente, esenciales para su refundación.
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