El Otoño de la Globalización: el orden liberal en el freezer

Tiempo de lectura:6 minutos

Liberalismo como sustento de la Globalización

El final de la Guerra Fría marcó un hito global en la interdependencia de los Estados y las sociedades: la democracia y el libre mercado se erigieron como las normas globales incontestables. El denominado “Final de Historia” de Francis Fukuyama fue una oportunidad para organizar un mundo que venía interconectándose a marchas gigantescas desde el siglo XV bajo los preceptos del liberalismo internacional. 

Bajo el liderazgo de Estados Unidos, la Globalización asumió un carácter liberal con la promoción internacional de la democracia, una mayor intensidad de los flujos comerciales que permitieron abrir circuitos de ideas, personas, bienes y servicios.

Reflejo de ello, es que hemos sido testigos de los procesos de redemocratización en América Latina, Asia y África, la celebración de tratados y el establecimiento de zonas de libre comercio, así como el surgimiento de las instituciones de integración como la Unión Europea (UE), el Mercado Común del Sur (MERCOSUR), Alianza del Pacifico (AP), Foro de Cooperación Asia Pacifico (APEC) y recientemente la Zona de Libre Comercio Continental Africana (AfCTFA). Todo ello representa algunas de las externalidades positivas de la globalización liberal acelerada por la caída del Muro de Berlín en 1989. 

Sin embargo, el proceso globalizador no ha estado exento de efectos negativos. En un mundo interconectado donde las fronteras físicas y simbólicas cada vez más son menos definidas, los riesgos al igual que los beneficios fluyen a gran velocidad e intensidad.

La Globalización ha profundizado las brechas económicas al interior de los países. La posición de los grupos con más ingresos frente aquellos con menos se ha visto favorecida con el desplazamiento del Estado y fundamentalmente el limitado acceso a recursos que pueden generar la movilidad social. Incluso ha mantenido relativamente inalterada la división internacional del trabajo conservando la posición de países centrales y periféricos dentro del entramado económico global. Esto último revela que el proceso sigue concentrando sus avances y beneficios en el Norte Global, pero con efectos colaterales en el Sur Global. 

En cuanto a los valores democráticos, el mundo parece girar hacia una tolerancia a las prácticas autoritarias. Paradójicamente, la globalización ha sido aprovechada por los líderes no democráticos para consolidar sus alianzas extrarregionales, como por ejemplo —denominados por Diamond y Plattner— los Cinco grandes (China, Rusia, Irán, Arabia Saudita y Venezuela).  

En el campo de la seguridad internacional las amenazas han mutado, pero también se han reeditado. La paz aparece en riesgo con el auge de la cibercriminalidad, el alcance de las células terroristas y recientemente el impacto de las pandemias. Pero es cierto que en las últimas décadas hemos asistido a la repetición de patrones clásicos de conflicto como las guerras internacionales y la prolongación de las guerras civiles en la que los Estados no han dejado de ser actores generadores de inseguridad. Todo ello ha causado una acentuación de los flujos migratorios y las tensiones culturales en las que los Estados parecen estar sobrepasados en sus intenciones y capacidades para hacer del mundo un lugar más inclusivo y seguro. 

En esa línea, el mundo está abocado a un otoño globalista donde el orden internacional liberal se encuentra vulnerable por la intersección de dos crisis: una gobernanza extraviada y el incumplimiento de las promesas globalistas. Hablamos de un mundo que se enfrenta a una mayor incertidumbre porque los roles dentro del sistema internacional están en retirada y los objetivos de la globalización siguen en lista de espera de ser logrados. 

Crisis de las expectativas y el liderazgo globalista 

Para John Ikenberry el orden liberal ha perdido la capacidad de sostener una comunidad de seguridad, por lo que su legitimidad se ha erosionado. Las instituciones liberales están asociadas a una lógica de membresía en la que los Estados aliados podían mantenerse seguros y prosperar entre ellos, lo que implicaba ventajas en términos de derechos y beneficios. 

Dos coyunturas han supuesto una mayor inseguridad para el mundo: la crisis financiera del 2008 y la pandemia del Covid-19. Respecto a la primera, el crack financiero aumentó la percepción de riesgos compartidos y vulnerabilidades más asociados a la globalización económica. La crisis económica de 2008 destruyó la confianza en el orden liberal al demostrar que tanto el crecimiento como los efectos negativos de la crisis eran desiguales entre ciudadanos de un mismo país y el reparto de responsabilidades entre el Norte y el Sur Global. 

En la misma línea, Mearsheimer postula que el esfuerzo por profundizar las relaciones económicas a nivel global bajo el modelo de libre comercio constituyó una delegación de la soberanía nacional a la toma de decisiones de las instituciones internacionales. Esta delegación no sólo incrementó los espíritus nacionalistas, sino que también incrementó la percepción del “déficit democrático”, ya que la voluntad popular expresada en las elecciones nacionales se vio restringida por los dictados de los burócratas de las instituciones internacionales que impusieron su juicio a los gobiernos electos. 

Finalmente, la hiperglobalización económica causó descontento dentro de las democracias liberales. La «creación destructiva» de las fuerzas del mercado resultó en un aumento del desempleo, la desigualdad y el rechazo a las políticas gubernamentales de desregulación, lo que se interpretó como una sensación de desprotección del orden liberal hacia los ciudadanos.

El Covid-19 nuevamente demostró la vulnerabilidad de la Globalización frente a amenazas externas. Por un lado, la expansión global del virus demostró la falta de previsibilidad de las instituciones globales que dio como resultado graves consecuencias para los pilares del liberalismo internacional: por ejemplo, el libre mercado dio paso a una etapa de proteccionismo impuesto por las restricciones de movilidad y una reformulación de las cadenas de suministros. 

Por otra parte, reveló las fracturas al interior del orden internacional. La cooperación global se complejizó ante la proliferación de espacios de diplomacia sanitaria que revelaban un aprovechamiento de la pandemia para generar esferas de influencia. A pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) logró construir el mecanismo COVAX, este ha sido superado por las iniciativas fundamentalmente de China, Estados Unidos y Rusia para el acceso a las vacunas. 

El orden internacional liberal se fundamentó sobre la base de la unipolaridad. El paladín de la democracia y el libre mercado, Estados Unidos, se erigió como gendarme del mundo haciendo girar la Globalización en torno a sus valores y su capacidad de estabilizar un mundo complejo. Esto condujo a un consenso sobre las instituciones políticas y económicas globales que se redujo a un acuerdo entre unos pocos países fuertemente influenciados por la hegemonía estadounidense durante la confrontación Este-Oeste. El consenso liberal pronto recibiría críticas de nuevos actores estatales como China y Rusia que reivindicaban un orden internacional multipolar en razón a su peso geopolítico. 

Se sumaron así nuevas agendas e ideologías que superaron a las instituciones liberales socavando la gobernanza del orden internacional en su conjunto. Esto permitió la aparición de una ventana de oportunidad para la construcción de lógicas de competencia formalizadas en alianzas económicas y militares con países en desarrollo y potencias regionales que se reprodujeron activamente en organismos multilaterales en el Sistema de Naciones Unidas y el desarrollo de iniciativas de cooperación como el BRICS, OCS (Organización de Cooperación de Shanghái) y el Foro China-CELAC. De esta manera, las viejas reglas del juego global quedan desfasadas por los nuevos retos que impone la interdependencia de posguerra fría. 

Si de unipolaridad se trata, el orden liberal responde a la capacidad de Estados Unidos de solucionar las crisis globales. La debilidad de Washington se expresó en la incapacidad de estabilizar Afganistán después de 20 años de conflicto convenciendo aliados y rivales de que Estados Unidos acusaba un ocaso a nivel global. Incluso, sus esfuerzos por democratizar el Medio Oriente (Irak, 2003; Libia y Siria, 2011) representaron fracasos en su campaña de promocionar internacionalmente la democracia como requisito de la globalización liberal, aumentando más las amenazas a la seguridad internacional bajo la figura del terrorismo y recientemente del ascenso agresivo de potencias iliberales. 

¿Riesgo de un invierno liberal?

Ciertamente no estamos ante el final de la Globalización, sólo de su congelamiento. El covid-19 paralizó el comercio internacional y la invasión rusa a Ucrania probó la inefectividad de las líneas rojas, así como el inesperado efecto de agudizar la inflación y la crisis alimentaria a nivel global.

Una mayor indefinición del liderazgo promoverá más conflictos con efectos globales que añadirán mayor presión por un rediseño del propósito social del orden internacional: se asoma una reedición del realismo en un mundo que veía en el comercio y las instituciones globales un blindaje ante la inseguridad producida por los cambios en el balance de poder. La regionalización de las cadenas de suministros y la invasión rusa a Ucrania reflejan una polarización de los circuitos que responden a intereses nacionales definidos por el mejoramiento del equilibrio global más que a la lógica de cooperación liberal. 

Sin embargo, hay motivos para pensar que se puede detener el invierno. La agresión rusa ha imprimido una mayor decisión a las potencias liberales de retomar el liderazgo perdido en años pasados, y el G-20 anunció su beneplácito de imponer impuestos a las multinacionales como una iniciativa para buscar una equidad en la distribución de ingresos. Aunque extraviada, la globalización parece que puede hibernar a fuerza de multilateralismo. Descongelar el comercio y las instituciones globales implicará que fundamentalmente el propósito social de la globalización sea reevaluado en términos de una nueva distribución de beneficios y vulnerabilidades para atajar los viejos y nuevos desafíos de la agenda global. 

Fuente imagen: Veterans Today 

Camilo González

Camilo González tiene 27 años y es profesor de la Escuela de Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda, Bogotá (Colombia). Desde julio de 2021 es director de investigación de la misma facultad. Es Magíster en Ciencia Política por la Universidad de Salamanca (España) y Profesional en Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Sergio Arboleda.

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