Desde sus inicios, la pandemia ha revolucionado al mundo. Nuestras formas de pensar, de relacionarnos y de coexistir han cambiado rotundamente; y los procesos electorales no se han quedado atrás. En palabras de Josep Vallés, un proceso electoral es aquel en el que se realizan elecciones políticas con la finalidad de designar titulares de poder, los cuales son elegidos mediante las preferencias ciudadanas. Es así como estos procesos constituyen mecanismos de legitimidad, y también de unidad política entre votantes y candidatos. Incluso, han ido creciendo y desarrollándose, fluctuando a medida que ocurren sucesos históricos que les permiten innovar y modificarse. La pandemia es uno de estos sucesos.
En esta “nueva era” lo desconocido se hace presente: con la llegada del Coronavirus se debieron revisar las normativas de carácter constitucional y legal a la hora de celebrar las elecciones. A comienzos de 2020 estaban planificadas diversas elecciones parlamentarias y presidenciales en el mundo, pero, a raíz de la pandemia, al menos 78 de estas han tenido que ser trasladadas y pospuestas para otras fechas. Sin embargo, las leyes electorales de los Estados no estaban preparadas para establecer soluciones a los inconvenientes que conllevaba modificar las fechas electorales. Por ende, ante esta situación extraordinaria, países como México y Bolivia pusieron en práctica nuevas leyes que permitieron el aplazo de las elecciones.
En contexto pandémico, los procesos electorales también tuvieron que modificarse para evadir los problemas que traía realizar elecciones presenciales. Es así como los gobiernos han formulado diversas medidas y estrategias para gestionar de la mejor forma posible los efectos de la pandemia; algunas de estas medidas fueron la adaptación de los centros de votación, la modificación de los tipos de voto y el cambio en las formas de realizar campañas electorales. El riesgo de contagio ciudadano y las elecciones presenciales o virtuales dependían, en gran medida, de las regulaciones establecidas por cada gobierno nacional, por lo que muchos países optaron por la virtualidad y los métodos alternativos de votación. Aun así, más allá de la “digitalización de la pandemia”, en varias elecciones realizadas en 2020 y 2021, la presencialidad aún seguía vigente para celebrar dichas elecciones.
Para adentrarnos en las estrategias de administración de la pandemia, en un principio, en cuanto a la adaptación de los centros de votación, la OEA ha realizado lo que se conoce como “Guía para organizar elecciones en tiempos de pandemia” en donde se detalla un plan protocolar sobre la prevención, celebración y planes de acción antes y durante las elecciones. En este plan se encuentran protocolos específicos sobre el distanciamiento social, la regulación de la cantidad de personas en los centros y las medidas que deben tomar las autoridades de mesa; estas son algunas de las reformas que los gobiernos que han celebrado elecciones, tales como España y Ecuador, implementaron en sus países.
En cuanto a las modalidades de votación, los Estados tuvieron que “jugar sus mejores cartas” para implementar nuevas formas eficientes que no sean las tradicionales. Algunos métodos de votación implementados se ven reflejados en muchos países del mundo: el voto anticipado utilizado por países como Bermudas y Australia, el voto electrónico presente en México y Brasil, y el voto por poder o por delegación en las elecciones de Reino Unido y Nueva Zelanda. Aun así, la “sensación” fueron las llamadas urnas móviles y el voto por correo, pues trajeron mayores facilidades a los ciudadanos ya que son sistemas que permiten emitir votos electorales sin la necesidad de salir del hogar. Esta instancia surge para evitar las aglomeraciones en los centros de votación y para que las personas en cuarentena ejerzan sus derechos políticos. Empero, un gran problema sobre estas formas de votación fue la desconfianza en los resultados y el sentimiento de fraude no sólo por parte de los ciudadanos, sino también de los propios candidatos. Esta última cuestión tuvo lugar, por ejemplo, en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en noviembre de 2020, cuando el candidato republicano Donald Trump denunció el fraude electoral tras haberse conocido los resultados que proclamaban su derrota.
Otra cuestión de suma importancia es el tema de las campañas electorales. Hoy en día las formas tradicionales de realizar campañas han tenido restricciones en más de 20 países, lo que contribuyó a la utilización de medios digitales. Las campañas virtuales se enfocan en lo que la periodista Antonieta Cádiz llamó “herramientas a distancia” tales como mensajes a través de plataformas y aplicaciones digitales, reuniones por videollamadas y publicidades mediáticas. La función de cambiar el eje fundamental de las campañas tradicionales hacia campañas virtuales fue el de intentar preservar el derecho de los partidos políticos a realizar propagandas y campañas políticas, en conjunto con la necesidad de que se garantice la libertad de expresión, ya que sin ella no se puede realizar el proceso dialéctico entre el gobierno, los partidos y los ciudadanos.
No obstante, realizar campañas en redes sociales tiene sus ventajas y desventajas. Haciendo referencia a la primera cuestión, las campañas digitales ayudan tanto a resguardar la integridad y la salud de las personas como también a la disminución de costos para los candidatos. Las desventajas pueden verse en lo que se conoce como fake news o campañas de desinformación; en este sentido, el incremento en el uso de las redes sociales provoca que se perjudique la imagen de ciertos candidatos viralizando encuestas o imágenes editadas. Esto se puede ver aplicado en el caso del uso de bots y cuentas falsas.
Tecnología: ¿Beneficia o perjudica?
Como ya se ha demostrado, el uso de tecnologías facilita el trabajo de los gobernantes de resguardar y proteger a la sociedad del covid-19. Las condiciones sanitarias que se viven actualmente han generado una oportunidad para el desarrollo de herramientas digitales que permitan brindar soluciones democráticas, ofreciéndoles a los ciudadanos la posibilidad de preservar su salud, y, a su vez, ejercer su derecho a votar. Pero estas soluciones no se pueden aplicar a todos los casos, ya que la pandemia resaltó las brechas o limitaciones tecnológicas entre los países del mundo, demostrando que las realidades sociales varían y que, en muchos casos y —como se menciona en la Guía de la OEA—, el éxito o fracaso de la tecnología en los comicios depende de las características de cada país, de su desarrollo y de sus prácticas electorales, entre otros factores.
Aun así, las disparidades en el desarrollo de los procesos electorales fueron dadas no solo por las brechas tecnológicas existentes, sino también por las capacidades y la viabilidad de las medidas propuestas por cada país. Como explica Alejandro Tullio, la organización de elecciones en cada caso concreto está condicionada por los recursos financieros disponibles, por la normativa aplicable, y por factores más subjetivos como la cultura política. Por ejemplo, hay sociedades que ya han modernizado sus sistemas de votación a lo largo de estos años, como Suiza y Canadá, por lo que tienen más probabilidades de “digitalizar las elecciones” ya que cuentan con el capital financiero para solventar los gastos y así pueden realizar procesos de diseño, desarrollo e implementación de las nuevas tecnologías. Al contar con estas capacidades, los riesgos de que los sistemas fallen serán más improbables.
Además, una consideración para tener en cuenta acerca de las diferencias en el desarrollo es la fecha en la que los comicios fueron realizados. La diferencia entre los Estados que ejecutaron las elecciones en 2020 y los que las formaron a partir del 2021 es que estos últimos pudieron tener como referencia las experiencias de los procesos de los primeros. En efecto, han contado con más tiempo de planificación y mayores consideraciones tanto técnicas como sociales para sus propios comicios.
¿Participación o abstención?
Como se mencionó en un principio, hay muchas elecciones que se pospusieron, aunque algunas otras como las municipales de República Dominicana, las locales de Francia y las legislativas de Israel, fueron realizadas en la fecha indicada. La elección e implementación de las diversas medidas electorales tuvieron diferentes repercusiones sociales y políticas para estos países. Uno de estos problemas fueron las variaciones en los índices de participación, pues, como señala De Icaza en su artículo, en algunos países la abstención ha sido evidente, mientras que en otros la participación se ha mantenido.
Por ende, si buscamos un factor que pueda determinar por qué Francia tuvo su mínimo histórico de participación en elecciones locales y por qué países como Corea del Sur tuvieron elecciones exitosas, podremos encontrar que más que nada se deben a cuestiones internas de cada país: por un lado, a la magnitud de respuesta por parte de los Estados ante la crisis política, económica y social que ha generado la pandemia; por el otro, a la influencia de las cuestiones psicológicas referidas al miedo y la inseguridad ciudadana por el posible contagio del Covid-19. Hay una gran diferencia entre un país en el que el voto es presencial y no se toman los recaudos necesarios para contener al virus y un país que implementa diferentes tipos de votos, hace uso de tecnologías, y busca soluciones para los problemas existentes. En palabras simples, la motivación del ciudadano para ir a votar depende del esfuerzo por parte de las autoridades locales en resguardar la salud de sus habitantes.
Otra cuestión que estuvo presente en estas elecciones fue la contabilización de votos y todo lo que se tardó en conocer los resultados. En países como Estados Unidos, los resultados oficiales en los distritos de Pensilvania y Arizona se dieron a conocer después de varios días de haberse realizado la votación. Dicha demora se debe, principalmente, al voto por correo. Si bien no fue la primera vez que se implementa este tipo de voto en el país, sí se incrementó la cantidad de personas que lo han utilizado; en total, se calculó que más de 64 millones de personas enviaron su voto por correo. Sin embargo, los problemas estructurales y organizativos del país llevaron al colapso de las páginas web, así como también la falta de personal que no podía terminar de contar los votos a tiempo.
¿Qué deben aprender los Estados?
Todos estos puntos mencionados llevan a una conclusión que debemos tener en claro: en este momento histórico es necesario fortalecer los sistemas electorales de los países y ganar la confianza ciudadana. Cabe mencionar que, más allá de tener un alto porcentaje de vacunados a nivel mundial (32% de la población con al menos 1 dosis), el COVID-19 no es un caso cerrado todavía. Aún se necesitan seguir desarrollando soluciones médicas ante las diferentes variantes que aparecen de esta enfermedad. Pero, como dijo el autor Francisco Guerrero Aguirre, por más que no haya soluciones mágicas para estos nuevos desafíos, es necesario de la cooperación internacional y la predisposición gobernante para encarar estos retos de la forma más adecuada posible.
Debemos reconocer que el mundo está en constante evolución, nuestra “nueva normalidad” se adecua al contexto y, en una era en la cual los medios digitales cobran cada vez más relevancia, es muy probable que las campañas virtuales incrementen, que los candidatos basen su discurso en lo que pasa en las redes y que el voto electrónico, con mayores procedimientos y seguridad, pueda ser algo factible a futuro. Las elecciones son el medio que tienen los candidatos para demostrar sus capacidades de mejorar la realidad de nuestro país, por lo que el futuro de los procesos electorales debe ser uno en el cual la innovación y la tecnología sean las herramientas fundamentales. Por último, pero no menos importante, es que debemos recordar que los principios democráticos que rigen las elecciones no pueden entrar “en cuarentena”. Las elecciones no pueden posponerse indefinidamente ni se puede privar a las personas de su derecho a votar como ocurrió en Belice. La realidad social debe ser acondicionada a las circunstancias que se viven actualmente y los Estados deben tomar una postura de flexibilidad y adaptabilidad. Si bien esta necesidad de reacomodamiento y aplicación de nuevas políticas puede traer complicaciones, los gobiernos nunca tienen que renunciar a los valores democráticos que rigen a nuestras sociedades.