Luego de un año plagado de incertidumbre y reprogramación de eventos, llegó una nueva edición de una de las citas deportivas más esperadas en el mundo tras su última celebración en el 2016: los Juegos Olímpicos (JJOO) Tokio 2020. En esta ocasión, se abordará la temática desde una óptica propia de las Relaciones Internacionales, conjugando la pugna regional geopolítica entre China y Japón, y el despliegue de Soft Power que este último propone.
Japón: el gran anfitrión
El encuentro Olímpico programado para el 2020 logró la designación de sede en el país nipón tras largos años de lucha política por parte de sus autoridades para obtener la moción. Los ojos del mundo entero se fijaron en la capital sede durante un período de dos semanas consecutivas, liderando las portadas de los medios de prensa más reconocidos a nivel mundial, junto a cientos de artículos periodísticos al respecto.
El fuerte interés japonés por convertirse en anfitrión encuentra sus raíces, entre otros motivos, en el despliegue de Soft Power que ello conlleva. La principal señal de poder que emite la nación sede es su caudal económico, posicionándose en la mente de la Opinión Pública Internacional como un Estado con grandes posibilidades de invertir sus fondos públicos, es decir, gran porcentaje de su presupuesto nacional se canaliza en políticas que involucran a toda la sociedad tal como los deportes e infraestructura. En este sentido, la capital que logra llevar a cabo la organización de este torneo deportivo emite al mundo la idea de pertenecer a la élite mundial de potencias económicas, ya que es reducido el número de países que se encuentran habilitados a destinar miles de millones en infraestructura con requerimientos tan específicos como una villa olímpica.
La noción de Soft Power nos permite analizar que el interés detrás de esta apuesta va mucho más allá del turismo que se aspira atraer y su correlativo reembolso económico —en términos de crecimiento y prosperidad que este derrama a toda la economía local—. El principal objetivo es la demostración de poder. Para Tokio este evento significa una oportunidad para exponer los valores sobre los que se basa su cultura, el modo de vida, y las prioridades en la agenda política, entre los principales aspectos.
Nos asentamos sobre la premisa de que el fin último del despliegue de Soft Power nipón como anfitrión de los Juegos Olímpicos es crear poder estructural en el Sistema Internacional. Poder estructural es un concepto teórico presentado por Susan Strange al finalizar la década de los 80’s, que determina la capacidad de los Estados para moldear, en base a sus propios intereses, las reglas de juego que marcan la dinámica del sistema en el que se encuentran insertos. Se la puede considerar como una de las principales capacidades blandas que los Estados se proponen ostentar en la actualidad, y que forma parte del despliegue de poder blando al que hacemos referencia. A nivel de la academia, se entiende por Soft Power la habilidad de los Estados para lograr objetivos nacionales empleando mecanismos sutiles, de persuasión para con sus pares, y sin el uso de la coacción o fuera. Podría resumirse en un “hacer que los demás se comporten según mis propios intereses, sin que ellos lo noten”. Este concepto fue plasmado por Joseph Nye y Robert Keohane y, desde entonces, la diplomacia cultural, en este caso la deportiva, ha escalado su rigor y relevancia. Recordemos que este proceso se produce en un contexto histórico donde la agenda de política internacional se expande y finalmente deja de acaparar toda atención la alta política para dar paso a temáticas que atraviesan a la vez los niveles de la baja política, término ya en desuso.
A nivel histórico, la figura del anfitrión es de suma relevancia desde la época en que Viena convocaba al concierto europeo que lideraba la política mundial. Tal como narra Renouvin en sus libros de Historia de las Relaciones Internacionales, el transcurso de las conferencias llevadas a cabo en los sucesivos congresos se caracterizó siempre por el derroche en lujos. El mismo se proporcionaba en virtud del poderío económico con el cual contaba la potencia. La meta era lograr un mayor peso en las negociaciones. ¿Acaso no estamos ante un escenario similar? La diplomacia deportiva se ha convertido desde el siglo pasado en una arista esencial del poder blando. El ejemplo más recordado hasta hoy día es la rivalidad olímpica entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y Estados Unidos de Norteamérica (EEUU) en el período de Guerra Fría del siglo XX.
Nos situamos ante un escenario mundial particular dado el momento histórico en el que vivimos. Existe una necesidad de establecer un statu quo y que el mismo sea duradero. La distribución de poder en la escena mundial se encuentra parcelada, dejando de lado la posibilidad de clasificar al sistema en las etiquetas tradicionales: unipolar, bipolar, multipolar. Una crisis de liderazgo global, agudizada por la gran crisis sanitaria que aún sumerge al mundo, crean las condiciones adecuadas para un intento japonés por demostrar unilateralmente su potencial económico, reclamando tácitamente mayor participación y poder de decisión en la política internacional. Parece ser que el marcador del medallero olímpico late cada vez más rápido al ritmo en que se acrecienta la disputa mundial por el nuevo liderazgo. A propósito, Florian Schneider —director del Centro Asia Leiden de los Países Bajos— ha expresado: «Para estas personas, los medalleros olímpicos son monitores en tiempo real del poder nacional y, por extensión, de la dignidad nacional», al referirse a los atletas de la delegación China.
Tokio 1964
Existe un paralelismo en la estrategia exterior nipona que desarrolla la nación, no por primera vez, en los JJOO. ¿Por qué afirmamos que Japón ha empleado antes una estrategia de Soft Power para renacer en la escena internacional? Hacia la década de los años sesenta, transcurridos casi 20 años desde su derrota en la Segunda Guerra Mundial, Japón recuperó su estatus de actor relevante mediante su rol como anfitrión en los JJOO de 1964. Demostró su pronta reconstrucción y dejó tras de sí una imagen positiva opuesta a la que generó su final en la guerra. La gran victoria para Japón en su despliegue de poder blando del ’64 fue su demostración en tecnología de avanzada. Por primera vez en la historia de los Juegos Olímpicos se empleó la transmisión en directo vía satélite, y el recurso de la imagen a color y en cámara lenta. El hecho de llevar los estándares de competencia a un nivel superior mediante el uso de computadoras cronometradas para medir la diferencia de milésimas de segundos entre atletas contribuyó a crear su imagen frente al mundo.
Dentro de la esfera política, el hecho de que un joven atleta nacido el mismo día del bombardeo sobre Hiroshima y Nagasaki fuera el encargado de encender la llama olímpica constituyó una estrategia simbólica relevante. Otra de las grandes exposiciones presentadas por Japón al mundo de Occidente fue el tren bala Shinkansen (uno de los más rápidos del mundo en ese entonces), el cual se inauguró precisamente para el evento. Se logró demostrar la superación que el país había logrado en pocos años. En palabras de Raúl Nivón Ramirez, significa la “autoafirmación del renacimiento de la nación japonesa” en la posguerra.
Aquella cita en Tokio 1964 simbolizó la desaparición de los últimos sesgos eurocentristas que el sistema internacional había padecido desde su nacimiento en Westfalia. Culmina el proceso en el cual las relaciones internacionales se amplificaron hacia el Pacifico. Esta región pasará a ser cuna de nuevos actores: los “tigres del gigante asiatico”, quienes llegaran a ocupar posiciones de primer nivel en la cumbre de la sociedad internacional, desplazando a Europa.
El tablero geopolítico del Pacífico
En la actualidad, varias décadas después, el sol naciente podría emplear el despliegue de soft power e influencia que acapara con la organización de los Juegos Olímpicos para dar un giro a su favor en la disputa geopolítica regional del sudeste asiático que mantiene con su vecino: la República Popular de China. Lo cierto es que esta última se ha consolidado en los últimos diez años como el centro de poder dominante en la región. A su vez, ha escalado al segundo puesto en el ranking mundial de las principales economías, a partir de su crecimiento nominal de PBI. El pacífico se posiciona como la región que alberga a los cuatro Estados que invierten mayor porcentaje de su presupuesto nacional a la seguridad: Estados Unidos, Rusia, China y Japón. Sin embargo, la región es también un equilibrio de contra peso esencial en el desarrollo de la economía mundial.
En lo que concierne al tablero de seguridad y geopolítica, resulta interesante destacar que Japón es uno de los principales aliados de Estados Unidos en el Asia Pacífico. Esta alianza se trunca luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, debido a la situación de subordinación en la que cae el imperio nipón respecto a aquel. A partir de entonces, la interdependencia económica se fija hasta el presente. Si seguimos analizando el entramado de alianzas geopolíticas, se observa que Estados Unidos enfrenta una gran rivalidad, llevada a todos los niveles, con la República Popular China. Asimismo, esta última simpatiza con la Federación de Rusia; actor que ha sostenido una larga confrontación con Norteamérica desde la década de los cincuenta y, si bien ello se ha ido atenuando, el sentimiento de enemistad sigue latente. Tomando en consideración las posiciones descriptas que configuran este escenario, China y Japón resultan sujetos esenciales para la configuración en la correlación de fuerzas de la región.
Tokio 2020
La sostenibilidad ambiental y vanguardia tecnológica parecen ser las abanderadas de la estrategia exterior nipona en su despliegue de Soft Power y su búsqueda de poder estructural en estos Juegos Olímpicos. Se han evidenciado grandes esfuerzos por reciclar materiales de aparatos electrónicos en desuso, del cual se obtuvieron oro y plata para la fabricación de las medallas, en el contexto del “Proyecto Medalla Tokio 2020: Hacia un futuro innovador para todos”. Por otro lado, las camas fueron construidas con insumos plásticos previamente desechados. De igual manera, se emplearon fuentes de energía renovables y las construcciones fueron pensadas bajo las mismas directrices. Aún más, se incluyeron previsiones para reducir el impacto medioambiental de las mismas.
Resulta interesante destacar que estos valores que se han promovido deben ser contextualizados en la pugna geopolítica que mantiene la nación nipona frente a China. El gigante asiático es considerado el mayor emisor de gases de efecto invernadero a nivel mundial. Se estima que su nivel de contaminación de los cursos de agua y aire afectan a una gran porción de la esfera terrestre. China es un actor con cuyo apoyo debe contarse si la humanidad se plantea revertir los efectos del cambio climático. Japón está proponiendo un modelo de desarrollo compatible con las necesidades/capacidades actuales del planeta tierra. Al impulsar una economía verde demuestra superioridad, a la vez que deja en evidencia la falta de voluntad de su vecina en pos de la causa medioambiental, siendo una marca sustancial en el sendero de esta rivalidad.