Suiza es un pequeño país alpino situado en el centro de Europa, mayormente conocido por sus chocolates, montañas, quesos, sistema financiero y relojes. Además de ello, este Estado, conformado por 26 cantones, cuenta con un sistema político algo diferente a la mayoría: ejercen una democracia semidirecta y una política de neutralidad ante conflictos internacionales.
Las democracias en el mundo y la democracia suiza
En la antigüedad, las personas se juntaban en las plazas a debatir las cuestiones públicas. Se trataba de una democracia directa pero con pocos individuos dentro de la categoría “ciudadanos”. Como plantea Constant en “La libertad de los antiguos comparada a la de los modernos”, esto era posible porque los esclavos se encargaban de las actividades industriales, permitiéndole a los ciudadanos ocuparse de la cosa pública. El autor establece que en la modernidad los individuos se volvieron esclavos de su trabajo y utilizan su derecho político únicamente en épocas de elecciones. Así comienza a gestarse la delegación, en la cual los ciudadanos ejercen sus derechos políticos e influyen en el gobierno eligiendo a sus representantes.
En la mayoría de los países democráticos, los ciudadanos concurren a elecciones de forma periódica a efectos de elegir a sus representantes, tanto para cargos legislativos como ejecutivos. La representación, según Guillermo O’Donnell, es, por un lado, “el derecho reconocido de hablar en nombre de otros relevantes y, por otro, la capacidad de producir el acuerdo de esos otros con lo que el representante decide”. Así, en las democracias representativas o indirectas, los habitantes delegan a aquellos que eligen para que hablen por ellas y tomen decisiones.
En el caso del sistema democrático semidirecto de Suiza también se da esta elección de representantes y consecuente delegación del poder de decidir. Sin embargo, allí los ciudadanos cuentan con un rol más activo, ya que participan de comicios que se llevan adelante a lo largo del año y en los cuales ponen en práctica dos derechos: el de referéndum popular y el de iniciativa popular.
La iniciativa popular les permite a los suizos solicitar que se modifiquen artículos de la Constitución, se la revise, o presentar un proyecto que, en caso de aprobarse, pasa a formar parte de la carta magna. Este mecanismo requiere de la firma de unos 100.000 ciudadanos que debe recolectarse al cabo de 18 meses. Una vez que se hayan verificado las firmas, el Consejo Federal y ambas Cámaras del Parlamento debaten el texto para que pueda ser sometido a votación ciudadana, e incluso tienen la potestad de formular un contraproyecto.
Cabe señalar que el Artículo 39 de la Constitución Argentina reconoce el derecho a iniciativa popular de los argentinos, pero, en este caso, no pueden ser objeto de tratamiento cuestiones relativas a la reforma constitucional, los tratados internacionales, tributos, presupuesto y aquello concerniente a lo penal.
Hace poco, Suiza se volvió noticia como consecuencia de este instrumento político, dada la iniciativa que se celebró el 7 de marzo del corriente año. El mismo obtuvo como resultado la prohibición a las mujeres del uso del velo integral o burka en espacios públicos. Esta idea fue promovida por la UDC (partido “Unión Democrática de Centro”), alegando que ello ayudaría a lograr una mayor libertad para las mujeres a la vez que prevendría ataques terroristas. La iniciativa popular fue aprobada con el 51,2% de votos favorables.
Mapa sobre los resultados del referéndum sobre el Burka. Fuente: 20minuten.ch
Los cantones verdes son aquellos que contaron con una mayoría favorable a la prohibición del burka en los espacios públicos, mientras que en los rosas (Zúrich, Ginebra, Basilea-Ciudad, Berna, Grisones y Appenzell Rodas Exteriores) la población se manifestó mayormente de modo negativo sobre dicha iniciativa. Así, Suiza se sumó a otros países europeos, como Francia, Austria, Holanda, que prohíben el cubrimiento del rostro.
En el caso del referéndum popular, se trata de una petición llevada a cabo por un mínimo de 50.000 suizos para someter a votación popular una medida o ley que el Parlamento haya adoptado; ello debe hacerse en un plazo de 90 días. En este sentido, el plebiscito no es una herramienta del gobierno, sino de los ciudadanos para vetar una ley que no consideren adecuada para el país.
Es preciso destacar que el hecho de contar con la herramienta facultativa del referéndum no implica que los suizos contradicen constantemente las decisiones del Parlamento, pero sí sirve para ejercer presión sobre los legisladores. Ello provoca que los parlamentarios intenten establecer compromisos con lo que puedan estar de acuerdo una mayoría de la población.
Además, el Parlamento Nacional suizo goza de la prerrogativa de elegir a los 7 miembros del gobierno (Bundesrat) y al canciller (Bundeskanzlers), lo que demuestra que el órgano legislativo preserva un rol importante en el sistema político del país helvético. Esto evidencia que en una democracia semidirecta la participación ciudadana en los temas políticos aumenta, pero ello no implica que los cuerpos políticos dejen de ser importantes; por el contrario, ambos se complementan mutuamente.
Entonces, lo que se puede visualizar es que los ciudadanos del país alpino participan frecuentemente en elecciones y se ven involucrados en los asuntos públicos y en la política nacional. Este tipo de democracia acarrea tanto beneficios como perjuicios. En el primer caso, permite a los ciudadanos estar más comprometido en la política y también adquirir un rol más predominante en las decisiones sobre su país; ello puede contribuir a la satisfacción ciudadana con respecto al funcionamiento del sistema político.
En lo que respecta a los aspectos negativos, se destaca que los ciudadanos suelen ser más pasionales en sus decisiones que los miembros del parlamento, por lo cual aumenta la posibilidad de que los votos no sean racionales. Además, como propone Jean-François Prud’homme, la constante participación puede derivar en cansancio y consecuente apatía política.
¿Quiénes pueden votar en Suiza?
En cuanto al sufragio, que no es obligatorio, gozan de dicho derecho a nivel nacional los ciudadanos suizos mayores de 18 años. Esto implica que, para votar, la persona debe contar necesariamente con un pasaporte suizo. En este sentido, aquellos individuos que hayan vivido durante toda su vida en Suiza o incluso hayan nacido allí pero carecen del pasaporte, son considerados extranjeros y, por lo tanto, no pueden ejercer su derecho de sufragio a nivel nacional. Sin embargo, algunos cantones sí les permiten participar en elecciones municipales.
Esta restricción no es menor teniendo en cuenta que, de los 8.606.000 habitantes (2019) de este país, 2.175.400 son de nacionalidad extranjera, representando una porción importante de la población del Estado helvético. La doble nacionalidad no afecta el derecho a voto siempre y cuando una de ellas sea la suiza.
Fuente: SwissInfo.ch
Es necesario aclarar que Suiza fue uno de los últimos países de Europa y del mundo en aprobar el sufragio femenino a nivel federal, en 1971. La otorgación de este derecho se dio como consecuencia del voto ciudadano (solo hombres) positivo a nivel nacional. Esto ya se había intentado llevar adelante en 1959, pero en aquella oportunidad los suizos rechazaron la posibilidad de otorgar el sufragio a las mujeres. Luego de este logro en 1971, tuvieron que pasar 20 años más para que dicho derecho se ejerza en todos los cantones de manera efectiva.
La neutralidad ante el mundo
Otro elemento distintivo del país helvético es su tradicional neutralidad ante los conflictos como política exterior. Esto fue reconocido internacionalmente a partir de la Convención de Viena de 1815, en la cual, tras la derrota de Napoleón Bonaparte, se le permitió a Suiza no participar de conflictos, ni se librarían disputas en su territorio. Desde entonces, esta política se ha convertido en una constante y en un aspecto fundamental del pequeño país alpino.
Esta medida tiene su origen en la batalla de Marignano en 1515, pero no contó con reconocimiento internacional. A la postre, en 1815, se propuso como una forma de “win-win” para los suizos y para los demás países europeos, dado que el territorio suizo había sido invadido durante las guerras napoleónicas.
Sin embargo, en la actualidad, la neutralidad suiza se pone en tela de juicio, ya que este forma parte de la ONU y dicho organismo internacional puede pronunciarse sobre conflictos internacionales a partir del Consejo de Seguridad y sobre asuntos relativos a los derechos humanos. Respecto a ello, la posición de la Confederación es que su participación en la ONU no es un problema para su política de neutralidad, pues cuando el Consejo de Seguridad se manifiesta acerca de algo es con el objetivo de mantener la paz y seguridad internacional, como lo establece el Art. 1 inciso 1 de la Carta de Naciones Unidas.
Es notable mencionar que la neutralidad no ha impedido que Berna se pronunciara contra las violaciones a los derechos humanos y las consecuentes sanciones que adopta el Consejo de Seguridad con relación a esto. El compromiso suizo por las cuestiones humanitarias cuenta con una larga historia que comienza con Henry Dunant, empresario suizo que tras ver las atrocidades de la Batalla de Solferino decidió fundar la Cruz Roja en 1863. A partir de la Convención de Ginebra de 1864, logró que se les brinde asistencia a las personas heridas durante las épocas de guerra.
Otro dato no menor es que, previo al ingreso en Naciones Unidas en 2002, los ciudadanos suizos aprobaron mediante votación popular la posibilidad de proveer armas suizas a las operaciones para el mantenimiento de la paz. La neutralidad suiza se ve reforzada con el hecho de que se encuentre en el centro de Europa, sin formar parte de la Unión Europea (UE). En este sentido, Elisabeth Hoffberger-Pippan, experta en derecho internacional del Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad, alega que cuando Austria ingresó en la UE tuvo que adaptar ciertos elementos de su Constitución a la seguridad común que demanda dicha unión.
Por último, la política de neutralidad reviste una gran importancia a nivel interno, dado que Suiza es un país que registra una considerable presencia de extranjeros de múltiples nacionalidades, culturas y religiones, teniendo así cuatro idiomas oficiales. Por ende, no tomar una posición ante los conflictos internacionales permite mantener cohesionada a la sociedad, pero siempre reconociendo la significación de los derechos humanos y los asuntos humanitarios.
No contar con esta constante neutralidad podría ser caótico para la política interna, puesto que posicionarse por un bando o por otro ante un determinado conflicto podría ofender o irritar a parte de la población, ya sea por cuestiones religiosas, étnicas, o de nacionalidad. En este sentido, los instrumentos de la democracia semidirecta podrían ser invocados en estos casos y ello derivaría en “grietas” dentro de la población que, en caso de profundizarse, afectarían al funcionamiento del sistema político del país helvético.
Así, mediante su distintivo sistema político, Suiza logra mantener a su diversa población unida y en funcionamiento. También se conserva lejos del foco de la política internacional, aunque cumple un rol relevante en esta.
Relación de Suiza con la UE
El país helvético se encuentra rodeado por países que están integrados en la UE y, a pesar de los años e intentos, la población suiza siempre ha votado negativamente a la posibilidad de ingresar al bloque en 1992 y 2016. Dicho debate se encuentra presente tanto en la política interna como externa de Berna.
La negativa suiza por integrarse con sus vecinos puede relacionarse con su historia y, naturalmente, su neutralidad. Tras los sangrientos conflictos del siglo XX, los países europeos devastados encontraron en la antigua rivalidad motivos para cooperar y avanzar. Países que han estado enemistados desde hace años, como Alemania y Francia, vieron que obtendrían más beneficios en el actuar conjunto que en la guerra. Sin embargo, el país alpino no ha sido partícipe de dichos desencuentros y, por lo tanto, tampoco experimentó la necesidad de cambiar algo en su política exterior para lograr el desarrollo.
Las relaciones entre la unión y Berna se han mantenido a través de relaciones bilaterales, ya que en 1992 los suizos votaron negativamente a la posibilidad de participar del Espacio Económico Europeo (EEE). De este modo, Suiza continuó formando parte de la Asociación Europea de Libre Comercio (AELC), siendo el único país de este que no integra el EEE. Desde el gobierno helvético se busca llegar a un acuerdo de tipo institucional en el cual se tengan en consideración ciertos derechos de los suizos, como la protección de los salarios.
Berna también es uno de los países integrantes del Espacio de Schengen. “Viajar sin mostrar el pasaporte, vivir, trabajar, estudiar, e incluso retirarse en cualquiera de los 26 países que forman el espacio sin fronteras interiores de Schengen, son, sin duda, unos de los principales logros de la integración comunitaria” como establece la página oficial del Parlamento Europeo. Esto permite consolidar un espacio de libertad y movilidad para los ciudadanos miembros de este acuerdo.
Fuente: Parlamento Europeo
A lo largo de los años, Suiza y la UE han mantenido relaciones bilaterales que en momentos se vuelven más tensas. Por ejemplo, en septiembre de 2020, desde la UCD se intentó aprobar la suspensión del acuerdo de libre circulación de personas con la UE. Esta iniciativa popular es un claro reflejo de que el tema inmigración es de suma relevancia en Suiza. Finalmente, el resultado de la votación fue un rechazo mayoritario por parte de un 61,7% de los votantes y una mayoría de los 26 cantones.
En cuanto al sentido comercial de la relación entre Berna y Bruselas, es importante tener en cuenta que el 52,05% de las exportaciones suizas en 2018 fueron a la UE, convirtiendo al bloque en el principal socio comercial del pequeño país. A su vez, Suiza es el cuarto socio comercial de la UE luego de Estados Unidos, China y el Reino Unido. La estrecha relación comercial no es sólo en cuanto a bienes, sino que también en lo relativo a los servicios y la inversión extranjera directa.
Se puede concluir entonces que, si bien el Estado helvético no forma parte de la UE, existe una gran interdependencia entre ambos. Aunque en un futuro cercano no se piense en la posible integración suiza al bloque, lo cierto es que existe una relación que va más allá de lo comercial e incluye aspectos sociales, políticos, culturales, laborales, entre otras cuestiones, que continuarán siendo tratadas y trabajadas bilateralmente.
Portada: Dreamstime
Este artículo es muy interesante. Suiza evidentemente tiene características únicas en el mundo. Cuatro idiomas oficiales es una de las pruebas de ello y en territorio tan pequeño. Quisiera acotar algunas cosas: si bien Suiza es un país neutral y no militarista, sigue vinculado al Vaticano desde el pontificado de Julio II, a comienzos del siglo XVI, con el aporte de la «Guardia Suiza» que se encarga de la protección del Papa. También en su interior en Friburgo, Monseñor Lefebvre creó la Fraternidad Sacerdotal San Pio X, y fue en este país donde falleció y está sepultado. País con mucha población católica y protestante a la vez. Lo que llama la atención es que con tantas diferencias el país se mantenga unido. Otros Estados con tantas diferencias no lo han logrado, como fue Yugoslavia por dar un ejemplo. Sin embargo Suiza lo está desde el Medioevo. Creo que desde la Edad Media europea este país logró crear una identidad debido a su lucha por mantenerse, en líneas generales, aparte de las grandes potencias, lo que se afianzó con su condición neutralista en comienzos del siglo XIX. Su institucionalización interna también lo mantiene unido por las razones descriptas en el artículo. En relación con nuestro país fue una de los primeros países europeos en el que vinieron inmigrantes acá y fue la potencia protectora del Reino Unido en nuestro país desde la Guerra de Malvinas hasta los acuerdos de Madrid. Finalmente creo que hay que ver a Suiza como ejemplo e unidad a imitar.